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martes, 27 de octubre de 2009

Más sobre el desembarco europeo de la NBA

¿Es inevitable? Desde hace ya unos cuantos años surgen de forma cíclica las especulaciones y/o valoraciones sobre el desembarco de la NBA en Europa. Más o menos un par de veces al año, coincidiendo con comparecencias publicas del comisionado David Stern: normalmente durante el anual fin de semana All Star en enero o febrero –en el que se concentran numerosos enviados especiales de medios de comunicación no estadounidenses- y también –como ha sido el último caso- cuando en algún país europeo se celebra, en octubre, un partido de preseason entre un equipo NBA y otro de Euroliga. El calendario es casi perfecto para que el tema no caiga en el olvido: aproximadamente cada seis meses.

Calendario aparte, hay otros denominadores comunes en este digamos salto a las portadas. Uno es la ambigüedad global del mensaje de Stern, que combina de forma seguramente estudiada los análisis más posibilistas –de los que se puede concluir que sí, que en efecto la NBA está a punto de llegar- con los razonamientos que parece claro que lo descartan, o cuanto menos lo dejan para tantos años más adelante que es como si quedara descartado. Otro denominador común es que si no es Stern es el director de la Euroliga, Jordi Bertomeu, quien se encarga de sacar el tema a colación, advirtiendo del peligro que ello supone para nuestro baloncesto autóctono. Y uno más: cuando el tema está sobre la mesa no son pocos los analistas y columnistas -e incluso parte de la opinión pública- que no ponen en cuestión ese desembarco sino simplemente su timing. Y es ciertamente curioso que sea así por cuanto éste no se ha producido en los ya casi 20 años durante los cuales a muchos les parece que es inminente.

Por desembarco de la NBA en Europa se debe entender la implantación de la Liga en este continente, no cualquier acción de promoción e incluso de negocio como las que sí llevamos muchos años acogiendo -desde los viejos Open McDonald’s hasta las breves giras de sus equipos en plena pretemporada- y de las que la NBA debe sacar un buen rédito o, como mínimo, como suele decirse, “no restan”. Desembarco de la NBA en Europa sería aquello con lo que muchos han especulado en tantas ocasiones: que equipos europeos -¿entre los grandes ya existentes, otros creados ex profeso?- se incorporen como uno más a la competición oficial, en una nueva y específica conferencia o repartidos en las ya existentes.

La primera vez que oí hablar de algo así fue alrededor de 1988. En aquella época -no recuerdo si a instancias de la NBA o del FC Barcelona- el club azulgrana envió a un representante a Nueva York para conocer en primera persona qué se podía esperar de lo que no dejaba de ser un proyecto en vías de estudio, nada realmente palpable, pero que con los años siguió en pie. Mucho tiempo después, no hace tanto, también el Real Madrid flirteó con esa supuesta apertura de la NBA a equipos de otro continente. Pero es obvio que desde entonces, en estos más de veinte años, se ha debatido mucho sobre ello pero –en el sentido revolucionario que se le ha querido dar a ese desembarco- no se ha concretado nada. Ni se le ha dado carpetazo, al menos oficialmente.

Lo último que ha anunciado Stern ha sido que en los próximos años se jugará en Londres algún partido de la regular Seaton y que en un futuro -sin concretar fecha- habrá una División Europea de la NBA. Mientras el más reciente análisis nos lo ha ofrecido -una vez más, de forma brillante, con datos y documentación- Miguel Angel Paniagua. Yo, por mi parte, ya esbocé meses atrás mi particular punto de vista, siempre intentándolo dar en base a hechos, no en declaraciones de intenciones más o menos interesadas y/o medidamente ambiguas.

Por ahora, pues, el hecho real sigue siendo que la NBA no ha desembarcado en Europa en los términos en que hemos definido ese desembarco. Lo que además de una evidencia puede ser incluso una circunstancia sorprendente si se tiene en cuenta que probablemente ha tenido más de una buena oportunidad para intentarlo, sobre todo en los mejores momentos del baloncesto europeo de clubes –en lo deportivo, en lo mediático y por tanto presumiblemente también en lo económico-, que podríamos datar, año arriba año abajo, alrededor de la pasada década de los 90. En la actualidad -como hemos apuntado ya en alguna otra ocasión y evidencian temporada sí temporada también los datos de audiencia televisiva, de captación de patrocinadores, etc.- la crisis de identidad no resuelta por nuestro baloncesto de clubes ha convertido Europa en un terreno mucho menos propicio.

Paniagua -en el artículo anteriormente citado- nos ha explicado de forma pormenorizada ese otro proyecto apadrinado por la NBA que sí parece estar en un estado más avanzado de ejecución: la gestión por parte de un consorcio estadounidense ligado a la NBA de la actual Liga inglesa o, en su defecto, la creación de otra competición. En Inglaterra. Y no con clubes de baloncesto sino con secciones de baloncesto de los clubes de la Premier League.

Del solo planteamiento de un proyecto como éste cabe sacar dos conclusiones importantísimas. La primera: que la NBA tiene finalmente claro que en Europa el deporte profesional –desde todos los ángulos- está inevitablemente supeditado al fútbol. Y la segunda: que si éste es el desembarco de la NBA –en el baloncesto inglés, un baloncesto absolutamente residual por mucho que con los Juegos Olímpicos del 2012 en el horizonte quiera sacar la cabeza-, es un desembarco de Segunda, Tercera o Cuarta División. Sólo estará por ver si es también una renuncia definitiva a un desembarco de Primera. Por supuesto, sigue habiendo quien apuesta por ello. El propio Paniagua deja la puerta conceptualmente más que abierta, aunque, al igual que Stern, no lo fija en el calendario y apunta a más lejos que cerca. Desde luego, comprar la Liga Inglesa o inventarse otra con las secciones del Chelsea, el MU y el Liverpool puede acabar siendo un negocio; pero no parece que pueda ser un negocio a la altura de lo que la NBA podría esperar de un desembarco en toda regla. En el polo opuesto –en el que descarta que se llegue a producir el desembarco-, hay que recordarlo, Antonio Maceiras dio meses atrás sus argumentos.

En este nuevo momento del debate, personalmente añado a mi valoración –ahora sí como especulación de futuro-, tres argumentos, más conceptuales que prosaicos, que me empujan a alinearme con quienes consideran que el desembarco NBA en Europa, tal y como lo hemos definido, no se llegará a producir nunca.

1) En Europa el fútbol está por encima de todo: inversión financiera, de patrocinadores, mediática y hasta política. Es un rival al que la NBA no tiene que hacer frente en Estados Unidos. En Estados Unidos, el baloncesto es uno de los tres grandes deportes profesionales, entre los que, en aras del negocio de cada cual, incluso se llegan a repartir en gran medida el calendario. En Europa esto ni es ni será así. Una División Europea de la NBA tendrá inevitablemente que rivalizar –en audiencia, en captación de patrocinadores, en público…- con las ligas nacionales de fútbol y sobre todo con la Champions League. Más que un reto parece una misión prácticamente imposible.

2) Los grandes protagonistas del baloncesto europeo –y también los no tan grandes- son clubes con una identidad histórica también imposible de superar. Estarán en mejores o peores momentos, pero los grandes clubes europeos –algunos de los cuales, por cierto, secciones de grandes clubes de fútbol- son auténticas Marcas, clon mayúsculas. ¿Se atrevería la NBA a organizar una División Europea sin Real Madrid, Barcelona, Panathinaikos, Olympiacos, Maccabi, CSKA, Olimpia, etc? ¿Se apuntarían todos estos equipos, cuya único objetivo es ser campeones de casi todo, a una competición en la que antes de empezar ya saben que probablemente no van a jugar para ganarla? Mi impresión es que no a la primera pregunta y no a la segunda.

Y 3) A cuentagotas, en uno o dos partidos de exhibición, la NBA puede llenar pabellones, pero incluso sin estrellas de relumbrón puede convertirse en un absoluto fracaso mediático: hace un año, el partido entre Washington Wizards y New Orleans Hornets celebrado en Barcelona registró en Cuatro la paupérrima audiencia de 116.000 telespectadores de media. La NBA se vende como espectáculo, pero la cultura del deporte europeo no es la cultura del espectáculo sino la de la pasión, de la victoria como éxito por encima de todo y de la derrota como fracaso y tragedia, con su consecuente efecto catártico.

Todo esto me parece complicadísimo que lo pueda llegar a ofrecer una organización procedente de una cultura pese a todo muy diferente y con una mentalidad no sólo muy diferente sino en muchos sentidos diametralmente opuesta.

Y siempre hay un último argumento añadido: si después de 60 años de historia la expansión territorial de la NBA sólo ha alcanzado a Toronto, que está como quien dice al lado de casa, ¿cómo puede esperarse una División Europea a miles de kilómetros?

miércoles, 14 de octubre de 2009

¿Realidad o tendencia?

Si en algo han coincidido la inmensa mayoría de columnistas y analistas en los últimos días al valorar el arranque de la ACB 2009-10 ha sido en pronosticar una Liga desigualada, con dos equipos muy por encima del resto, con titulares del estilo Cosa de dos, Una Liga bipolar, etc. Prever algo así en una comptición de 34 jornadas primeros y unos playoff después puede resultar quizás excesivamente aventurado, arriesgado en el pronóstico, pero de lo que no cabe duda es de que, sea o no esta Liga ACB 2009-10 una cuestión de sólo dos, ésta es la percepción generalizada que se tiene de ella.

Repito: es ciertamente excesivo aventurar a principios de octubre que dentro de unos ocho meses el título se lo van a acabar disputando Barcelona y Real Madrid. Y desde luego, creo que la Liga no va a ser para estos dos equipos un mero paseo militar.

Pero lo que no se puede esconder es que la tendencia de los últimos años –la cada vez mayor brecha económica y deportiva entre los pocos clubes ricos y el resto- nos lleva a sospechar que no es precisamente improbable que esta tendencia se mantenga hasta el punto de que algún día sí las ligas acaben siendo competiciones con sólo dos o a lo sumo tres únicos candidatos al título. Y no sólo la ACB sino todas las demás competiciones de clubes en Europa.

De hecho, ya hay algunas que son así. Grecia o Turquía, por ejemplo, no han avanzado absolutamente nada en las dos últimas décadas: siguen sin tener más allá de dos o a lo sumo tres equipos de nivel. En Israel están igual que hace 30 años… o incluso peor ahora que el Maccabi ha perdido fuelle económico. En Italia ya hace unos cuantos años que la lucha por el scudetto no es que sea cosa de dos, es que es cosa de sólo uno… Y en el resto de países el paisaje o bien se ha empobrecido también o simplemente no se ha enriquecido, lo que viene a ser poco más o menos lo mismo.

Es evidente que la crisis actual –que ha servido de tantas excusas- ha tenido su parte de efecto negativo en nuestro baloncesto. Pero una cosa son los efectos puntuales –que pueden ser devastadores- y otra una tendencia; y las tendencias no son cosa de dos días…

¿Qué ha ocurrido –y en gran medida qué sigue ocurriendo- en el baloncesto europeo? Como en todas estas grandes cuestiones, no hay uno, dos o tres factores, sino bastantes. Pero dos de los rasgos característicos que han marcado permanentemente la evolución de las dos últimas décadas han sido la cada vez más apabullante supremacía mediática del fútbol y el progresivo abandono del trabajo y aprovechamiento de la cantera propia. Algo como lo primero es imposible de controlar desde dentro mismo del baloncesto; lo segundo, en cambio, ha sido y sigue siendo responsabilidad exclusiva de nuestro sistema de baloncesto de clubes. Y tal y como apunté tiempo atrás –aunque en realidad lo he venido apuntando siempre-, el baloncesto europeo necesita, y con urgencia, recuperar su vocación de cantera porque, como decía antes y escribí también meses atrás, necesita aprovecharla. No hace falta más que echar un vistazo a las actuales plantillas de los clubes europeos para ver que ahora no es ni mucho menos así.

lunes, 5 de octubre de 2009

La rotación como medio, no como fin

El seleccionador turco, el veterano Bogdan Tanjevic, se ha mostrado recientemente crítico con la FIBA y/o FIBA Europa por considerar que su carácter conservador cierra las puertas a la posibilidad de que las selecciones puedan acudir a los grandes campeonatos internacionales –como el reciente Eurobasket- con plantillas de hasta 14 jugadores. Según él, algo así conseguiría repartir el esfuerzo, aumentaría el espectáculo y reduciría el número de lesiones.

Aunque no sabemos si por su iniciativa o por la de otros, el Eurobasket de Polonia estuvo a punto de ser el primero de la historia en jugarse con eso, con plantillas de 14 jugadores: doce en el acta de cada partido, dos obligados descartes por jornada. De hecho, así estaba oficiosamente anunciado hasta que, sólo unos meses antes, FIBA Europa anunció que no iba a ser así. Si con esos 12 + 2 jugadores se lograrían todos los efectos positivos que asegura Tanjevic, no deja de ser una incógnita en base a la cual, lógicamente, no se pueden hacer valoraciones ni sacar conclusiones. Pero sí retomar un debate que de nuevo se abrió –en mayor o menor medida- durante el reciente campeonato en Polonia: el interminable debate de la rotación.

Eso sí: hay que saber diferenciar entre el debate sobre la rotación –que es uno- y el debate sobre la conveniencia o no de un cambio o unos cambios en un momento determinado. Pueden parecer lo mismo, pero no lo son. De modo que por hoy nos vamos a centrar en el de la rotación. Aunque sólo sea para aportar un par de pinceladas.

EL MEDIO O EL FIN. Partiendo de la base –tal y como han repetido cientos de veces la gran mayoría de entrenadores- de que la rotación de jugadores a lo largo de un partido lo que busca es mantener el mayor ritmo de juego e intensidad posibles, el concepto que considero debe quedar por encima de cualquier otra consideración es que ese mayor ritmo de juego e intensidad posibles no pueden ser el fin sino el medio. Personalmente tengo la sensación –y probablemente no sea el único- de que a fuerza de haberse impuesto, han acabado siendo el fin.

Y el fin durante un partido no puede ser otro que ganarlo. Si es con rotación, con rotación; y si es sin rotación, sin rotación. Del mismo modo que –por poner otro ejemplo- si es con defensa en zona, con defensa en zona; y si es sin defensa en zona, sin defensa en zona.

Para ganar, evidentemente, es por lo que los entrenadores quieren imponer el mayor ritmo de juego e intensidad posibles, y para eso aplican la rotación. Lo hacen porque están convencidos de que son factores que poco menos que garantizan la victoria. Pero, ¿la garantizan realmente? La respuesta, por supuesto, es que no; al menos, no siempre.

ROTACIÓN Y BASKET CONTROL. La rotación del banquillo a lo largo de los partidos se empezó a imponer en nuestro baloncesto –en el baloncesto español pero también por extensión en el baloncesto FIBA- aproximadamente a principios de la pasada década de los años 90, quizás un poco antes. Pero su éxito a nivel de resultados –hay que recordarlo- fue dispar. En especial en las competiciones europeas de clubes, en las que en aquellos años triunfaron por encima de los demás no sólo equipos con escasa profundidad de banquillo –o sea, poca rotación- sino, además, con un bajísimo ritmo de juego e intensidad física. No todos los campeones fueron aquel Limoges paradigma de lo uno y de lo otro, pero tampoco podemos olvidar que precisamente en aquella época en la que empezaba a imponerse la filosofía de la rotación el que en realidad en demasiadas ocasiones acabó reinando fue el baloncesto absolutamente opuesto: el que conocimos –y denostamos- como basket control.

Se puede aducir que de aquello hace ya década y media, y que –sin olvidar que de los 30 segundos de posesión hemos bajado a los 24- en la actualidad la condición física de los jugadores se ha multiplicado por mucho. Pero a fin de cuentas es probable que el baloncesto no haya cambiado tanto como para que ahora, como antes, la verdadera diferencia en gran medida la marquen, por encima de los factores físicos, los técnicos y tácticos. Es algo de lo que tenemos muchos ejemplos.

Y volviendo al inicio, a la propuesta de Tanjevic, apuntar sólo una última consideración. Si los propios entrenadores reconocen que una rotación con doce jugadores es complicada –y sus hechos lo confirman, en especial cuando se llega a playoff o finales, en los que ‘recortan’ considerablemente sus manejos-, ¿no lo serían mucho más con catorce?

Espero debate.