Entre las muchas y variadas apreciaciones que hemos podido escuchar en las últimas semanas, en el debate finalmente abierto sobre el futuro de las competiciones europeas de clubes, ha destacado una pregunta más filosófica que deportiva: ¿quién formará los jugadores? No es la primera vez que en los últimos tiempos surge una preocupación de este calibre en el seno del baloncesto profesional, desde el que en varias ocasiones se ha lanzado además un mensaje como éste: “En Europa cada vez quedan menos jugadores de primer nivel”. ¿Es realmente así?
Es difícil asegurarlo. Lo indiscutible es que de Europa se siguen yendo un gran número de los mejores jugadores, y nosotros podemos dar fe de ello: esta temporada nos hemos quedado sin Rudy y sin Marc Gasol. Y también parece más que evidente que el regreso a Europa desde la NBA de jugadores de alto nivel, que este verano pareció durante unos días una auténtica fiebre, fue un fenómeno simplemente coyuntural. Más allá de los espectaculares casos de Garbajosa, Delfino y Childress, a caballo de las toneladas de dólares que hoy en día se mueven en Rusia (no sólo en su baloncesto) y la depreciación de la moneda USA, no podemos hablar de una tendencia real. A sabiendas, además, de que otros sonados retornos, como el de Juan Carlos Navarro, tiene asimismo connotaciones específicas.
Desde este punto de vista sí que en Europa cada vez quedan menos jugadores de primer nivel. Pero lo verdaderamente importante no es darse cuenta de ello y dejar constancia sino, en caso de considerarlo necesario, reaccionar, y hacerlo apuntando soluciones, marcando objetivos, para cuanto menos minimizar los efectos. Esto, y no otra cosa, es proyección de futuro.
En esta encrucijada de la historia reciente de nuestro baloncesto, al tiempo que las grandes estrellas de este continente dan el salto a la NBA, las plantillas de los equipos de primer nivel –y no sólo de primer nivel- se han ido nutriendo de jugadores estadounidenses con uno u otro pasaporte europeo en mayor medida que de jóvenes de aquí. Y no es ésta precisamente una de las mejores condiciones para combatir esas circunstancias sobre las que el propio baloncesto profesional –al menos, el de nuestro país- ha alertado de forma ya casi insistente.
Se ha de ser muy lanzado para visualizar cómo será realmente el baloncesto europeo en un futuro a medio -incluso a relativamente corto- plazo. Pero no se hace muy complicado entrever que su evolución y desarrollo, a todos los niveles, estará –de hecho, está ya- absolutamente sujeto a la cantera. A su fomento y cuidado, por supuesto, pero sobre todo a su aprovechamiento.
Es difícil asegurarlo. Lo indiscutible es que de Europa se siguen yendo un gran número de los mejores jugadores, y nosotros podemos dar fe de ello: esta temporada nos hemos quedado sin Rudy y sin Marc Gasol. Y también parece más que evidente que el regreso a Europa desde la NBA de jugadores de alto nivel, que este verano pareció durante unos días una auténtica fiebre, fue un fenómeno simplemente coyuntural. Más allá de los espectaculares casos de Garbajosa, Delfino y Childress, a caballo de las toneladas de dólares que hoy en día se mueven en Rusia (no sólo en su baloncesto) y la depreciación de la moneda USA, no podemos hablar de una tendencia real. A sabiendas, además, de que otros sonados retornos, como el de Juan Carlos Navarro, tiene asimismo connotaciones específicas.
Desde este punto de vista sí que en Europa cada vez quedan menos jugadores de primer nivel. Pero lo verdaderamente importante no es darse cuenta de ello y dejar constancia sino, en caso de considerarlo necesario, reaccionar, y hacerlo apuntando soluciones, marcando objetivos, para cuanto menos minimizar los efectos. Esto, y no otra cosa, es proyección de futuro.
En esta encrucijada de la historia reciente de nuestro baloncesto, al tiempo que las grandes estrellas de este continente dan el salto a la NBA, las plantillas de los equipos de primer nivel –y no sólo de primer nivel- se han ido nutriendo de jugadores estadounidenses con uno u otro pasaporte europeo en mayor medida que de jóvenes de aquí. Y no es ésta precisamente una de las mejores condiciones para combatir esas circunstancias sobre las que el propio baloncesto profesional –al menos, el de nuestro país- ha alertado de forma ya casi insistente.
Se ha de ser muy lanzado para visualizar cómo será realmente el baloncesto europeo en un futuro a medio -incluso a relativamente corto- plazo. Pero no se hace muy complicado entrever que su evolución y desarrollo, a todos los niveles, estará –de hecho, está ya- absolutamente sujeto a la cantera. A su fomento y cuidado, por supuesto, pero sobre todo a su aprovechamiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario