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jueves, 11 de junio de 2009

Una mañana con Oscar

En los años 80 el baloncesto italiano era toda una referencia. Lo fue para los clubs, para los entrenadores, para los jugadores y para los periodistas, especialmente para propugnar el cambio que llegó en 1983. Dos años después, nuestra Liga era ya también una Liga con dos extranjeros por equipo y playoff (las dos principales reivindicaciones importadas del modelo italiano) pero el pallacanestro seguía teniendo un gran caché.

Una tarde decidimos con Miguel Angel Forniés acercarnos hasta el viejo pabellón de Granollers para ver en directo a uno de los mejores equipos italianos del momento, el Indesit de Caserta, que visitaba al Cacaolat en partido de Copa Korac y en el que con Bogdan Tanjevic de entrenador militaban dos jugadores sudamericanos extraordinarios: el brasileño Oscar Schmidt y el uruguayo Horacio Tato López, un escolta todo garra, "buenísimo", como decía siempre Miki. Queríamos hacerles una entrevista conjunta a ambos, porque formaban una de las parejas más explosivas del baloncesto europeo.

Al acabar el partido nos dirigimos a la puerta del vestuario del Indesit, y solicitamos hablar con ellos. Jugadores aparte, del club italiano no conocíamos físicamente más que a Tanjevic, de modo que nos dirigimos a quienes primero nos encontramos allí. La sorpresa fue que se trataba de la madre y la hermana de Tato López, que estaban de viaje turístico por España y habían aprovechado para llegarse hasta Granollers a saludar a su hijo. Entonces se nos acercó el segundo entrenador del equipo y entrenador jefe de la cantera del club, al que no conocíamos. Se llamaba Franco Marcelletti, y él mismo se encargó de pedir a Oscar y Tato que nos atendieran.

Mientras esperábamos a que salieran de la ducha estuvimos un buen rato charlando. Intercambiamos nuestros teléfonos, nos comprometimos a mantenernos en contacto, nosotros a hacerle llegar todos los números de Nuevo Basket, él a enviarnos desde Caserta todos los videos de baloncesto italiano que le pidiéramos.... Así comenzó lo que, con el tiempo, llegó a ser una excelente relación.

Meses después estuve en Caserta, conocí a su familia, y durante muchos años no pasó uno en que o él o yo nos telefoneáramos unas cuantas veces, sobre todo por Navidad –una costumbre que acabamos perdiendo, en gran medida por mi culpa-. Franco también estuvo unas cuantas veces en casa. Una de ellas, de paso hacia una Copa del Rey una temporada que estaba sin equipo; en otra, porque vino a Manresa a ver en acción a un pívot estadounidense que estudiaba fichar (y fichó: Warren Kidd). Ya muchos años después de habernos conocido en Granollers, cuando nació mi primera hija coincidió con uno de sus viajes a Barcelona y vino a casa con un precioso regalo.

Franco es un tipo sensacional, que cuando Tanjevic abandonó Caserta cogió las riendas del equipo de su ciudad y con una plantilla básicamente formada por jugadores de la cantera y dos pívots estadounidense de gran nivel (Charles Shackleford y Tellis Frank) conquistó el scudetto. Era la primera vez que un equipo del sur de Italia se proclamaba campeón. Lo hizo, además, en el quinto partido y en Milán, y con uno de sus jugadores básicos (Vincenzo Esposito) lesionado. Nos telefoneamos apenas unas horas después, él estaba eufórico y yo contentísimo por él, claro.

AÑOS ANTES DE ESE GRAN ÉXITO, en 1986, siendo Franco todavía ayudante de Tanjevic, viajé un par de veces casi consecutivas a Caserta. Una de ellas, con motivo de al final de la Recopa que enfrentó al Barça con el Scavolini, que ganaron los azulgrana con una sensacional actuación de Mark Smith. Se daba el caso de que dos días después, también en Caserta, se iba a jugar el partido de ida de la final de la Copa Korac, a la que habían llegado el equipo de Tanjevic y Franco (¿Indesit en aquella época, Mobilgirgi? No lo recuerdo) y el Bancoroma. De modo que me quedé para ver también ese partido.

Pasé prácticamente todo el día anterior con Franco, él se encargó de abrirme todas las puertas de su equipo. Me llevó a todos los entrenamientos, a conocer la residencia de jóvenes jugadores (en la que estaban Gentile, Esposito, Tufano, Rizzo...) y, sobre todo, me presentó a Oscar Schmidt. Le hice una entrevista para Nuevo Basket, por supuesto, pero lo mejor de todo fue asistir a su final de entrenamiento la mañana anterior al partido.

Cuando el equipo se fue a la ducha, Oscar se quedó en la pista y al poco apareció su mujer, mucho más baja que él, por cierto. Apenas un par de besos, otro par de minutos de respiro... y a tirar. Fui testigo de un entrenamiento intensivo de lanzamientos a canasta, desde todas las posiciones, de una muñeca prodigiosa. Oscar lanzó aquel mediodía unos 300 o 400 tiros -no los conté, pero muchos- sin pausa. Empezó por la línea de tiros libres, siguió desde cuatro o cinco metros, a tablero y directamente al aro; después se colocó por detrás de la línea de 6,25; y al final, cuando parecía que no quedaba ya ningún tiro por tirar, se fue al centro de la pista y desde allí ensayó no menos de 50 lanzamiento más. No por diversión, sino realmente como entrenamiento: pretendía tener la mecánica ensayada por si en algún partido, al filo de la bocina, tenía la necesidad o la oportunidad de realizar un tiro como aquél, que por supuesto también valía ya 3 puntos. Si se daba el caso, no quería que fuera un tiro al tuntún, a ver si sonaba la flauta, sino una verdadera posibilidad de anotar. Nada imposible poque de aquellos 50 metió unos cuantos...

Durante toda aquella sesión de tiros, su esposa era la encargada de recoger el balón después de cada lanzamiento y pasárselo inmediatamente, para que Oscar volviera a lanzar. Está de más decir que los recogía bajo el aro, porque la mayoría de los tiros entraban limpiamente, sin ni siquiera rozar el hierro.
No fue Oscar un cañonero precisamente por casualidad.
-¿Qué te ha parecido? -me preguntó cuando acabó-.
No recuerdo qué le contesté, ni si le contesté. Estaba boquiabierto.

NO ES FÁCIL QUE LA HISTORIA del baloncesto conozca otro anotador de su clase. Por supuesto, también tuvo detractores: quienes se quejaban de su rendimiento defensivo. Pero Oscar fue para todos sus equipos un recurso ofensivo prácticamente imparable para los rivales. Ya en la década de los años 80 se convirtió en uno de los máximos anotadores del baloncesto mundial. En Europa lo empezamos a conocer de cerca cuando en 1981 aterrizó en Caserta y Tanjevic diseñó el juego de ataque de su equipo para su muñeca casi infalible. Pero en Brasil ya era casi un mito, desde que debutó con su selección con sólo 16 años de edad. Además de las toneladas de puntos anotados a lo largo de toda su carrera (32.9 de media por partido sólo en Italia y 42.3 en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988), Oscar fue incluido en el draft de la NBA de 1984 por los New Jesey Nets, desde 1994 ostenta el récord de triples anotados en un partido de la Liga ACB (11) y en 1996 se convirtió en uno de los dos únicos jugadores que ha participado en nada menos que cinco ediciones de los Juegos Olímpicos.

Prácticamente fue el máximo anotador en todos los campeonatos en que participó, y de hecho se le considera de forma más o menos oficial como el máximo anotador de la historia del baloncesto.
Aparte de todo eso, tal vez pocos sepan (y sólo algunos recuerden) que cuando cruzó por primera vez el charco en 1981, con un poco de suerte Oscar se podía haber desviado unos kilómetros y haber aterrizado en Badalona en lugar de en Italia. La primera oferta que tuvo del baloncesto europeo fue del Cotonificio, que buscaba un alero tirador como extranjero (como único extranjero del equipo en aquel entonces). Por intentarlo no quedó. Pero poco después se metió de por medio el entonces Phonola, y las diferencias económicas entre uno y otro club eran abismales. El club de Caserta no era aún un grande (lo empezó a ser precisamente con Oscar) pero el Spaghetti Circuit estaba muy por encima de las posibilidades de una entidad como el Coto. De modo que Oscar se fue a Caserta, y Aíto se tuvo que contentar (aunque tampoco estuvo nada mal) con Brian Jackson.

MUCHOS AÑOS DESPUÉS DE AQUELLA TARDE en Caserta, tras el paso de Oscar por el Fórum, un amigo que nada tiene que ver con el mundo del baloncesto hizo un viaje profesional a Río de Janeiro y una noche, cenando en un restaurante, descubrió que un par de mesas más allá estaba cenando también Oscar. Se le acercó, le pidió un autógrafo y le dijo que era amigo mío. Oscar le trató con su siempre exquisita cordialidad y me envió recuerdos en el dorso de la tarjeta que firmó… aunque no sé si de verdad me recordaba –lo que me habría hecho mucha ilusión- o lo hizo sólo por quedar bien.
Debió de ser un par de veranos más tarde cuando el Fórum organizó en Valladolid un partido de pretemporada contra el Flamengo, en el que la afición pucelana rindió un cariñoso homenaje al gran cañonero brasileño. El entonces director técnico del Fórum, Oriol Humet (con cuyo hermano había yo compartido pupitre en el cole), me pidió que escribiera un breve comentario sobre Oscar para que el speaker de Pucela lo leyera durante el acto. Lo hice encantado.

No sé si Oscar llegó a saber que lo que escuchó aquella noche por megafonía llevaba mi firma, pero tanto da. Nada más agradable que escribir apenas un folio dedicado a un deportista y una persona tan extraordinarios.

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