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jueves, 30 de abril de 2009

Reclutado por Jim McGregor

QUEREMOS 100 (VI)

NO RECUERDO EL AÑO, PERO FUE a mediados de los 80 cuando una mañana sonó mi teléfono en la redacción de Nuevo Basket. Era una persona relacionada con el mundo del baloncesto –de la que no puedo dar más detalles-, con quien mantenía una buena relación.

-Si tienes el mediodía libre, te invito a comer. De hecho, no te invito yo, te invita Jim McGregor.
-¿McGregor, Jim McGregor, el entrenador y agente?
-Sí, te lo explico: está buscando un socio en España, y quiere que sea un periodista, me ha pedido nombres y le he dado el tuyo.
-¿Por qué?
-Pues porque eres el que más conozco y sé que no me harías quedar mal. No te daría mucho trabajo y con suerte te podrías sacar un pequeño sobresueldo. ¿Aceptas la invitación?


Acepté, claro. Era una buena oportunidad de conocer a todo un personaje, sería interesante hacerle una entrevista, y sólo el hecho de que me diera su teléfono y poderle llamar a discreción me podía proporcionar un buen contacto internacional. Si además me daba algo de trabajo, pues tanto mejor.

La comida transcurrió con total normalidad. Jim McGregor era un tipo con mucha experiencia. A los diez minutos parecía como si me conociese de toda la vida. Hablamos de casi todo lo que se puede hablar, sobre baloncesto, en una hora. Ya a los postres, McGregor, al que yo seguía mirando, emocionado, como a una leyenda viva, me explicó sus intenciones sin más rodeos:
-Veo que el baloncesto en España está en un momento dulce e intuyo que aun lo estará más. Necesito un contacto aquí, preferentemente un periodista porque seguro que está al día de los equipos que buscan un jugador y además tiene relación con entrenadores y directivos, o cuanto menos sabe a quién telefonear.
-¿Y cuál sería mi función?
-Informarme de todos esos movimientos. Yo entonces te hago llegar una lista de jugadores, con su historial y precio, y tú mismo te pones en contacto con el entrenador del equipo o con el directivo responsable de los fichajes. Le ofreces a tal y cual jugador, intentas convencerle, y punto final.
-¿Y si lo consigo?
-Entonces vengo yo con el jugador, firmamos el contrato, a ti te doy el veinticinco por ciento de la comisión, y ya está. Hasta la siguiente oportunidad.


Aunque ciertamente no muy convencido de que las cosas fueran tan sencillas, le dije que sí. Y además le hice una entrevista.

Apenas un mes después, un equipo de la Liga (actual ACB), ascendido hacía poco, estaba pensando en cambiar de americano. Telefoneé al club, hablé con un directivo con el que más o menos tenía trato y le remití la lista con dos o tres jugadores disponibles que me había hecho llegar McGregor. Aquel directivo me trató con toda la corrección del mundo, pero creo que le sonó tan extraño tratarme como intermediario como a mí el intentar serlo. Con sólo una gestión me di cuenta de que aquello no era lo mío.

Ni el directivo en cuestión me volvió a llamar (al cabo de pocos días su club anunció el fichaje de un jugador que, obviamente, no era uno de los dos o tres de la lista que le había remitido yo) ni yo volví a informar a McGregor de un posible negocio, ni McGregor me telefoneó nunca más. No sé si de haberlo intentado con interés habría podido ganar algún buen dinero extra colocando jugadores americanos, pero el caso es que no me pareció buena idea. Yo era periodista y quería seguir siéndolo. Lo demás lo dejaba para otros.

SIN DUDA ALGUNA, JIM McGREGOR DESTACA con luz propia entre los múltiples personajes que ha dado el mundo del baloncesto (ilustres, curiosos, polifacéticos...) Probablemente sea el más genuino trotamundos de la historia de nuestro deporte. Lo que menos celebridad le reportó fue su corta y más que discreta etapa de jugador. Después, claro, se hizo entrenador. Primero se sentó en el banquillo del high school de Benson (Portland) y más adelante en el de la universidad de South Carolina, en la que ejerció de entrenador asistente. Y a partir de aquí, su vida se convirtió en una aventura permanente.

A lo largo de su dilatada carrera, McGregor fue entrenador en Perú, Turquía, Italia, Colombia... Es el único entrenador de la historia que ha dirigido a nada menos que nueve selecciones nacionales: entre 1955 y 1982 fue seleccionador de Italia, Grecia, Turquía, Austria, Suecia, Perú, Marruecos, República Centroafricana y Colombia. Al frente de uno u otro de estos países participó en diversos Eurobasket, Mundobasket, torneos pre olímpicos, Juegos Mediterráneos, Campeonatos de Africa y Juegos Olímpicos.

Pero su experiencia internacional más espectacular la vivió en el transcurso del Mundobasket de 1982 celebrado en Colombia, como entrenador de la selección anfitriona. El sistema de competición fue tan particular que los colombianos no jugaron fase previa: se clasificaron directamente para la fase final. Y una vez en ella no ganaron un solo partido, los perdieron casi todos de paliza, y la Federación Colombiana, que primero se negó a pagarle lo pactado, a mitad de campeonato le apartó del equipo y le acusó de no tener la documentación en regla para trabajar en el país. En resumen: McGregor empezó aquel Mundobasket cómodamente sentado en el palco, lo siguió ya menos cómodamente en el banquillo de la selección de Colombia y lo acabó en la cárcel de Cali. Sólo al finalizar el campeonato fue liberado y expulsado del país.

Entonces regresó a Italia, donde ya había entrenado durante varios años, y donde aún vivía su hija. Hasta 1986 dirigió al Fermi Perugia, equipo que le despidió poco antes de finalizar la temporada. “Por primera vez en 40 años de entrenar, este año he tenido mala suerte”, dijo tras recibir la carta de despido después de que su equipo había perdido nueve partidos por un solo punto de diferencia.

Aquélla fue su última aventura europea. Después se incorporó al staff técnico de los Portland Trail Blazers (a los que recomendó la contratación de Drazen Petrovic) y siguió dedicándose a la representación de jugadores estadounidenses interesados en seguir su carrera en Europa.

McGregor fue uno de los primeros agentes de jugadores en operar en el baloncesto europeo, pero el hecho de entrenar a diversos equipos y su carácter volátil y nómada le impidió competir en el mercado cuando hicieron su aparición los grandes profesionales estadounidenses del ramo. Especialmente virulentas fueron sus relaciones con otro de los primeros agentes estadounidenses en explotar el mercado europeo: Richard Kaner. De ellos dos se decía que si se les encerraba juntos en una habitación, sólo uno iba a salir vivo. Durante muchos años, McGregor intentó convencer a todos los entrenadores europeos que le querían escuchar de que David Lawrence, uno de sus jugadores protegidos, era “el Magic Johnson del baloncesto europeo”. Lawrence llegó a jugar en la Liga ACB en las filas del Caja de Alava de Vitoria (actual Tau); era un buen jugador, pero quizás no tanto como para compararlo con Magic.

Además de entrenar e intentar colocar jugadores, McGregor tuvo tiempo de escribir, no sólo numerosos artículos técnicos sino también su autobiografía, la crónica de sus aventuras y experiencias en el basket de medio mundo que en Estados Unidos se convirtió en un auténtico best seller. Su título lo dice todo: Preparado para viajar. Miguel Angel Forniés conserva en su casa un ejemplar autografiado como oro en paño.

Hace muchos años que trato de encontrar información de McGregor. Sin éxito. Ni siquiera en estos últimos tiempos echando mano de internet. Lo último que supe de él –porque me lo dijo en aquella comida en Barcelona- fue que se iba a ir a vivir a Palm Desert (California).

Si alguien tiene más suerte –y empeño- que yo en dar con él, que me lo haga saber, por favor.

viernes, 24 de abril de 2009

Una reflexión global

Con la perspectiva de una semana ya, el Congreso Adecco LEB celebrado en Madrid queda como una de las escasísimas ocasiones en que hemos podido escuchar un análisis del baloncesto actual, no sólo desde lo que podríamos calificar como centros de poder de nuestro deporte sino también, y sobre todo, en primera persona. Es posible que en los próximos meses –como en ocasiones anteriores- en alguna cita del baloncesto internacional vuelvan a coincidir Patrick Baumann, Nar Zanolin, Jordi Bertomeu, Eduardo Portela y José Luis Sáez, pero no es tan probable que lo hagan en un foro en el que tengan la oportunidad de ofrecer su punto de vista sobre las cuestiones que en general en el mundo del baloncesto preocupan. O al menos, son motivo de debate.

Fue por tanto una magnífica ocasión como punto de partida para una reflexión global. Este es el convencimiento de la FEB: que el movimiento de desarrollo y crecimiento del baloncesto necesita de una perspectiva general, de un análisis global, de un planteamiento que aúne y compatibilice intereses. En suma, que parta de un interés común.

Pero no sólo porque sí, porque queda muy bonito decirlo, sino porque el interés común no es otra cosa que la realidad. El baloncesto, nacional e internacional, está absolutamente interrelacionado. Lo ha estado siempre, no es algo nuevo; de mi generación hasta hoy, todos hemos crecido con competiciones internacionales en el calendario de cada año, de clubes y de selecciones. Yo a los siete u ocho años ya veía jugar en Badalona a equipos búlgaros, franceses o rusos en partidos de Recopa... Eso sí, en los últimos tiempos dos factores nuevos -aunque no sé si inesperados o no- han venido a modificar los parámetros en los que nos movemos.

El primero: que todos los análisis que realiza un estamento tan importante como son los clubes –al menos, los clubes con mayor predicamento- se basan casi exclusivamente en cuestiones extradeportivas. No fue casualidad que los máximos representantes de este estamento en el Congreso Adecco LEB –Bertomeu por la Euroliga y Portela por ACB y ULEB- prácticamente no hablaran de baloncesto sino de cifras, de presupuestos, de derechos de televisión…

Y el segundo: que nuestros mejores jugadores no sólo se van cada vez más a la NBA sino que lo hacen más pronto que tarde, como en las últimas horas nos lo ha anunciado Ricky.

Son dos factores evidentemente importantes por sí mismos, pero lo que los convierte en determinantes para comprender en gran medida dónde estamos actualmente, es que, además, han coincidido en el tiempo. Y por si fuera poco, en un tiempo ciertamente convulso; de divisiones y enfrentamientos, sí, pero también, y sobre todo, de desconcierto. Y los que más desconcertados están, o al menos eso es lo que parece, son los clubes, que siguen en ese proceso de perpetua (e inacabada) redefinición a caballo entre la realidad del deporte y la ilusión de negocio, crisis de identidad en la que se debaten desde hace al menos una década.

Sea como sea, el caso es que en ese tiempo cada cual ha ido encarando las dificultades y los problemas bajo un único prisma: el propio. La mayor novedad del momento actual es que ya prácticamente nadie niega los problemas: de audiencia, de captación de patrocinadores, de estabilidad económica y/o social… Y así quedó demostrado en el transcurso de nuestro Congreso Adecco LEB. Pero falta un paso más, que aún no se ha dado: el de relacionar esos problemas extradeportivos con el modelo deportivo.

Sería un excelente ejercicio de análisis, del que quizás sí podría surgir esa reflexión global sin la cual –por mucho empeño que se ponga- no se va a poder encarar la necesaria construcción de un futuro más sólido que el presente.

El Congreso Adecco LEB tuvo la virtud de hacérnoslo ver. Una vez más.

martes, 21 de abril de 2009

QUEREMOS 100 (V): “Hola, me llamo Najnudel, soy argentino”

EN LA REDACCIÓN DE NUEVO BASKET, además de pasárnoslo en grande, vivimos anécdotas curiosas. Ésta es una de ellas.

Una mañana de enero de 1982 sonó el timbre de la puerta. Fui yo a abrir, y me encontré con un desconocido que me saludó con toda la corrección que amplifica el inconfundible estilo argentino:
- Hola, buenos días, me llamo León Najnudel, soy un entrenador argentino.

No había oído su nombre en toda mi vida. Le hice entrar, le presenté a Pinotti y nos pusimos a charlar. Resultó que León Najnudel era un técnico con muchas horas de vuelo en su país, campeón de Sudamérica en dos ocasiones al frente del Ferrocarril Oeste y seleccionador juvenil, y que según él mismo nos explicó había decidido “darse una vuelta” por España e Italia para conocer de cerca y estudiar la organización de nuestro baloncesto, especialmente algo que a nosotros nos parecía tan normal, la existencia de una Liga, pero que en su país aún no se había conseguido organizar. Najnudel, que tenía entonces 39 años de edad, estaba empeñado en llevar él el proyecto hacia delante contra viento y marea.

León estuvo por España poco más de un mes. Le ayudamos a que se le abrieran las puertas del Palau Blaugrana, del Joventut, del Real Madrid y del Helios, porque además de la organización de nuestro baloncesto le interesaba también presenciar entrenamientos, conocer a entrenadores. Nos quedó eternamente agradecido por toda nuestra colaboración, y sobre todo cuando un par de horas después abandonó nuestra redacción cargado con unos cuantos kilos de ejemplares de NB: todos los publicados hasta entonces. Una foto suya con todas las revistas en brazos ilustró la primera página de la entrevista que le realicé aquella mañana. y en la que escribí su apellido mal: Nujnadel.

La relación de Najnudel con el baloncesto español no se iba a acabar con aquella visita. Un año después, José Luis Rubio le contrató como entrenador del CAI, equipo al que dirigió durante una temporada, la 1983-84, en la que el equipo de Zaragoza conquistó el primer título de su historia: la Copa del Rey.

León fue el entrenador que ganó el primer título de una nueva era del baloncesto español, iniciada precisamente aquella temporada, y además el primer técnico extranjero que se proclamaba campeón en España en mucho tiempo.

Era un entrenador atípico, con una metodología que en aquella época, en la que para nuestros técnicos el espejo era el baloncesto estadounidense, chocaba con su visión mucho más estricta. León era argentino, aparentemente más dado a cierta improvisación, a dar protagonismo a sus jugadores. “El baloncesto no tiene misterios”, era una de sus frases favoritas.


NAJNUDEL FUE PUES UNO DE LOS grandes protagonistas de la que puede considerarse la primera gran fecha del boom del baloncesto en nuestro país. Aquella edición de la Copa, disputada en Zaragoza en diciembre de 1983, fue la primera que se jugó con formato de final four. Se clasificaron Real Madrid, Barça, Joventut y CAI, y el equipo local alcanzó la final contra los azulgrana. Y la ganó. Y puso en pie a 5.000 aficionados, entonces un record. Y el baloncesto se consagró como el fenómeno deportivo del momento. Y se abrieron las puertas de un futuro en el que todos habíamos soñado, y por el que muchos, cada uno desde su sitio, habíamos luchado durante muchos años: que no sólo fueran campeones de todo el Real Madrid o el Barça.

El CAI ganó aquella final por 81-78 con una pequeña polémica: la mesa de anotadores se tragó un punto de los azulgrana. De ello se quejó al final el entonces entrenador del Barça, Antoni Serra, a quien Najnudel, con su especial forma de entender las cosas, le respondió:
- Serra tiene razón al reclamar un punto que la mesa les ha escatimado -dijo-, pero de ahí a pensar que con ese punto habría ganado el partido es como pensar que yo, porque canto en la ducha, soy Carlos Gardel.

Aquella histórica e inolvidable Copa, que tuve la suerte de vivir en directo como enviado especial de El Mundo Deportivo, me costó sin embargo unas semanas de no enemistad pero sí cierta tirantez con León Najnudel. En las informaciones previas a las semifinales, en una sección dedicada a anécdotas y curiosidades, publicamos que Najnudel se había visto acosado por los medios de comunicación apenas iniciado un entrenamiento y que él había tratado de responder a todas las preguntas mientras sus jugadores empezaban a tirar por su cuenta. No había malicia alguna en aquellas cuatro líneas, pero a León no le sentaron bien, creyó que le dejaban a él en mal lugar. Al día siguiente me lo recriminó, y dejó de dirigirme la palabra.

Pero León era un tipo de bien, y su reacción fue en caliente. Unas semanas después, cuando el CAI fue a Barcelona a jugar en el Palau un partido de la liga regular, al acabar bajé a la zona de vestuarios, y aunque al principio no me atreví a dirigirme hacia él por si acaso, después sí lo hice, con la intención de convencerle de que no había motivo para enemistarnos. Me vio venir y me puso una cara de malas pulgas que casi me obliga a dar media vuelta, pero cuando creí que iba a propinarme un buen corte, dejó su eterno bolso de mano en el suelo, cambió de semblante, sonrió y me dio un abrazo. Y eso que el CAI acaba de perder el partido.

Poco después abandonó Zaragoza porque fue nombrado seleccionador nacional argentino, y desde ese cargo impulsó, creó y puso en marcha su ansiada Liga Nacional de Argentina, para lo cual tuvo que luchar hasta el último momento por derribar la resistencia de algunos directivos. En su país se le recuerda y se le venera como el padre de la gran revolución que llevó al baloncesto argentino hacia su particular boom.

Con el tiempo acabamos perdiendo el contacto, y más de una década después, en 1997, nos dejó a todos helados la noticia de que León sufría leucemia. Luchó contra ella como un jabato, pero un año más tarde, el 21 de abril de 1998, los teletipos nos informaron de su fallecimiento en el Hospital Británico de Buenos Aires. Tenía 55 años de edad.

En su memoria, desde hace unos años la Copa de Argentina es el Trofeo León Najnudel. También aquí, desde luego, muchos le recordaremos siempre.

lunes, 13 de abril de 2009

QUEREMOS 100 (IV): Inolvidable Nuevo Basket (y 2)

Hasta que dejé Nuevo Basket en 1987 mi firma fue la única que había salido en absolutamente todos los números publicados desde la aparición de la revista porque Franco, tristemente, dejó de escribir su artículo editorial la semana en que falleció su madre.

Aquel año dejé a Franco y a mis amigos para asumir la delegación en Barcelona de una nueva publicación, Basket 16, amparada en un grupo mediático en aquellos tiempos potente como el Grupo 16, en el que esperaba básicamente alcanzar la estabilidad laboral que ya sabía que Nuevo Basket difícilmente nos iba a poder ofrecer nunca. Pero me equivoqué del todo, no en lo segundo sino en lo primero. En la aventura, por cierto, arrastré a Miguel Angel Forniés y su cámara fotográfica.

Pero Basket 16 nació ya torcida, porque nació como Estrellas del Basket, una cabecera con la que la empresa de la revista que iba a ser su gran competencia –Gigantes- lanzó una nueva publicación la misma semana. Sólo para fastidiar, claro, porque el director de B16 se había ido de Gigantes llevándose a parte del equipo y no dejando precisamente buen recuerdo. Total, que en aquella nueva revista, dirigida por un periodista que no tenía el más mínimo conocimiento de baloncesto y muy poco respeto por su profesión, en ningún momento me sentí a gusto. Al cabo de unos años despareció, pero por suerte y tuve la oportunidad de dejarla al cabo de unos meses. Lo mejor de aquella etapa, sin duda, los viajes casi semanales que, siguiendo a la Penya o al Barça, hice junto a Miki. Alguna anécdota –sobre todo de la que vivimos en Milán, en el domicilio de Bob McAdoo- la explicaré en otro post.

Abandoné B16 para incorporarme a la redacción de Deportes de El Periódico, en la que a la postre fue mi última experiencia profesional en un medio no exclusivamente deportivo. En aquellos años, nuestro baloncesto había ido arañando espacio en los medios de comunicación –incluidos los periódicos de información general- causando un problema a las redacciones: prácticamente ninguna contaba con un especialista en baloncesto –la aplastante mayoría eran futboleros, por supuesto-, y a los que les tocaba cubrir la información de nuestro deporte, se les atragantaba. Ni les gustaba, ni les iba a gustar nunca, ni estaban mentalmente preparados –futboleros ellos…- para manejar todos los datos estadísticos que ya manejábamos nosotros (por cierto, desde que los empezamos a manejar en Nuevo Basket). En concreto en El Periódico, el que habitualmente se encargaba del baloncesto (y se sigue encargando ahora: Luis Mendiola) se había ido a la mili, y su sustituto temporal había aceptado una oferta de TV3. De modo que, como suele decirse, se juntaron el hambre y las ganas de comer.

En El Periódico viví el preolímpico de Holanda en 1988, el Eurobasket de Zagreb 1989 y el Mundial de Argentina 1990, además del famoso quinto partido del playoff final de la Liga de Petrovic y el trágico domingo en que falleció Fernando Martín. Al mismo tiempo, junto al propio Miki y a Germán García Casanova –entonces en la sección de baloncesto del diario Sport- habíamos consolidado nuestro programa radiofónico de los sábados en Radio Popular de Barcelona.

Y tres años después de haber abandonado NB, cuando ya se había vendido la cabecera a otra empresa y Pinotti decidió poner punto final a su etapa al frente de la revista –y se incorporó al departamento arbitral de la ACB-, yo asumí el cargo. Fue una decisión profesional –y sobre todo laboral- arriesgada. Pero la tentación de regresar a la revista y de intentar que no la dejaran morir era demasiado grande. Lamentablemente, en sólo unos meses pude comprobar que las cosas habían cambiado mucho respecto a la etapa inicial de la revista, que aún tenía idealizada. Además, a las pocas semanas de hacerme cargo de la revista y convencer al editor de que relanzara, junto a la revista mensual, otra semanal en formato de gran diario, uno de mis compañeros en aquella redacción, Joan Junoy (entrenador y otro loco del baloncesto pero también médico) me espetó nada más verme por la mañana: “Da media vuelta y vete a casa, y que te vea tu médico, estás amarillo”.

En efecto, estaba amarillo como un plátano. No era para menos: tenía hepatitis. La había pillado en Salta, a donde justo un mes antes había ido siguiendo a la Selección en la fase de consolación del Mundial, en el que había cerrado mi etapa en El Periódico.

Me pasé cuatro meses largos prácticamente en cama. Cuando empecé a mejorar me instalaron un ordenador y ayudé en lo que pude a mis compañeros escribiendo todo lo que podía… y más. En aquellas semanas, Julián Felipo, con el que después coincidí de nuevo en El Mundo Deportivo, hacía su trabajo y casi el mío, y por la noche aún le quedaban fuerzas para venir a casa y planificar entre los dos el trabajo del día siguiente. Pero no sólo él dio el callo, lo dieron todos: desde Junoy –que seguía en la revista- hasta Miki –quien tras cerrar B16 se reincorporó a NB- y un jovencísimo Pep Clarós –ahora entrenador ayudante en la Penya-, quien trataba de plantearse un posible futuro profesional como periodista. NB no fue entonces lo mismo que unos años antes, pero los que estuvimos allí formamos un equipo fantástico y también inolvidable. Hasta que acabó la temporada y el propietario de la revista decidió no darle otra oportunidad. La historia de NB acabó en junio de 1991, más o menos once años después de su inicio.

Para entonces había superado ya el paréntesis que me había supuesto la hepatitis. Me pude levantar de la cama, como quien dice, para vivir en directo el primer título de Liga de la Penya de Lolo en el Palau Sant Jordi.

Y más o menos en aquella época me llevé la primera alegría profesional en un año: se me abrieron las puertas de El Mundo Deportivo, al que regresé en septiembre, seis años después de haberlo dejado para 'conocer mundo'.

Pero ya sin Nuevo Basket. Una pena.

jueves, 2 de abril de 2009

Esa hipotética transición

El pasado domingo fui con mis dos hijas al DKV Joventut-Iurbentia de Liga ACB. Y en el corto trayecto de Barcelona a Badalona, mientras conducía, me hice el ausente para poder escuchar la conversación que ambas –emocionadas como siempre por la perspectiva de vivir un partido en directo- mantenían sentadas en sus sillas y que, más o menos, se desarrolló en estos términos:

- ¿Tú eres de la Penya?
- Sí, claro, ¿tú no?
- Sí, sí, yo también. Pero es que si somos de Barcelona, ¿no tenemos que ser del Barça?
- Hombre, es que papá es de Badalona.
- Ya, pero nosotras somos de Barcelona…
- Sí, pero es que yo quiero ir con Ricky. También quería ir con Rudy, pero ya se ha ido.
- Hagamos una cosa: primero somos de la Penya y de Ricky y después del Barça, porque yo también quiero ir con Navarro
- Vale. Pero entonces yo de tercer equipo soy de los Lakers, porque también voy con Pau…

A mis dos hijas, de diez años y medio y ocho y medio respectivamente, no se las puede elevar todavía a la categoría de aficionadas. Pero aún y así, ya en aquel mismo momento, mientras las escuchaba, me hice la siguiente pregunta: ¿podía aquella inocente conversación infantil servir de algún modo de referencia en -digámoslo así- términos de mercado?

No lo tenía claro. Pero ahora creo que probablemente sí, y no tanto como constatación de la realidad sino como análisis de una tendencia que nos puede acercar, quizás más que la unificación de reglamentos, a la concepción estadounidense del baloncesto: la primacía de la marca personal sobre la colectiva. Dicho de otro modo: la superioridad de la marca del jugador sobre la del club.

Así como en muchísimas otras cuestiones las teorías políticosociales chocan de forma palpable con la realidad, pienso que sí va habiendo indicios en el comportamiento de quienes en el futuro serán aficionados –o consumidores- de un proceso de asimilación de ese valor americano en concreto: la individualidad. Por supuesto que en el baloncesto estadounidense hay seguidores de los Lakers, de los Bulls y de los Spurs; pero es innegable que en realidad allí prácticamente todo gira en torno a la figura individual, ya no de los jugadores sino de solamente unos jugadores: los elegidos, las grandes estrellas, los cracks. En nuestro baloncesto –en el europeo- no es así; al menos no ha sido así hasta ahora. Pero a tenor de esos indicios –de los que la conversación de mis hijas es una simple anécdota ilustrativa- nada nos garantiza que no lo vaya a ser en el futuro.

Si el proceso se desarrolla en efecto en esa dirección a la que parece apuntar –y a la que apunta también, como comentamos semanas atrás, el proceso paralelo de unificación de los reglamentos-, el cambio puede ser de tal magnitud que provoque una verdadera revolución en nuestras estructuras. Aunque sea gradual. Porque no sólo el juego puede irse llevando hacia esa primacía de lo individual sobre lo colectivo –que es la diferencia básica, aunque conceptualmente simplificada- entre los dos baloncestos: la superdimensión del jugador por encima de la del equipo lo acaba abarcando todo.

Los clubes, nuestros clubes, siguen y seguirán existiendo, por supuesto. Pero poco a poco a su marca se le está superponiendo la del jugador, la del crack. Ahora ya es inviable pensar que se pueden vender camisetas de un equipo sin el dorsal y el nombre en la espalda de su estrella o una de sus estrellas; hasta no hace mucho, no sólo no era problema alguno sino que era lo normal. El equipo aún tiene peso, sí, pero parece como si cada vez menos. Y un baloncesto de jugadores en lugar de un baloncesto de clubes será –en prácticamente todo- diferente. Imposible saber hoy si mejor o peor, pero seguro que diferente.

Con un añadido más: en ese nuevo paradigma del baloncesto mundial, la identificación –que al fin y al cabo sería una identificación fundamentalmente personal- tendrá aún más valor. Lo está teniendo ya. Por eso –y sin menoscabo de otras razones más mundanas como los sistemas de competición, etc.- en este momento de esta hipotética transición los equipos con mayor capacidad mediática son los que lo tienen todo, es decir, las Selecciones: aún son equipos y representan señas de identidad por definición, pero además cuentan en sus filas no con una, dos o tres estrellas sino con doce, al menos con los doce teóricamente mejores de una misma y única comunidad, con los que la identificación individual, lógicamente, también es absoluta.

De momento, mis hijas han decidido ser de la Penya, del Barça y de los Lakers. Pero lo han decidido, al menos en parte, por Ricky, por Navarro y por Pau. Ya veremos dentro de unos años.
Eso sí: la única alineación que saben de memoria es la de los doce medallistas de plata del pasado agosto en Pekín. Con nombres y apellidos.