Siempre que, analizando la estructura de competiciones o debatiendo modelos, alguien pone el campeonato universitario estadounidense (la NCAA) como ejemplo de “baloncesto de formación" lo rechazo de plano. En realidad -pienso- las competiciones de formación como tales no existen, pero sí hay, y se pueden y deben organizar, competiciones en las que los jugadores se forman porque juegan. La NCAA es una de ellas. Pero la NCAA, cuya máxima expresión se vive anualmente cada mes de marzo, es una competición hecha para ganarla. Ningún entrenador, ningún jugador, ninguna afición, ninguna universidad, participan este mes en la espectacular Locura de Marzo con otro objetivo en mente que no sea el de alcanzar la gran final… y ganarla.
La formación de los jugadores -ya lo hemos hablado en otras ocasiones- depende en grandísima medida de sus minutos en pista: de la cantidad y de la calidad de esos minutos. Y en este sentido, participar en la brutal fase final universitaria forma, curte y moldea como pocas. Es la esencia de la competición: o ganas y sigues, o pierdes y te vas. No puede haber mayores niveles de competitividad. Para entendernos, la fase final de la NCAA es como una Copa del Rey pero a lo grande, y no focalizada en un solo fin de semana y una ciudad sino en todo un mes y en varias ciudades repartidos por todo el país. ¿Cómo no va a tener el mayor de los éxitos algo así?
Aunque ni muchísimo menos soy un experto, el universitario es el baloncesto estadounidense que de verdad me apasiona desde siempre. Probablemente porque –como dice el tópico- es un baloncesto más parecido al nuestro.
Ocurre, sin embargo, que de un tiempo a esta parte la NCAA ha dejado de ser en gran medida esa competición en la que –a lo largo de un máximo de cuatro años- se formaban grandes jugadores. No son pocos los entrenadores esta-dounidenses que en los últimos años –pongamos que en la última década y media- han reconocido abiertamente que hoy por hoy la estructura de formación europea es de más calidad que la de su país.
No hay una sola causa, por supuesto. Pero el caso es que es así y que los motivos no son circunstanciales sino estructurales, porque no puede haber explicación circunstancial alguna en un universo con cientos de equipos y miles de jugadores. El resultado más palpable desde nuestro punto de vista es que ahora –al contrario que dos décadas atrás-, los jugadores estadounidenses recién llegados a Europa directamente desde la NCAA no son aquí determinantes… en un baloncesto en el que progresivamente van faltando los mejores.
Pero en fin, la Locura de Marzo de la NCAA es para disfrutarla, para dejar los análisis de fondo para otra ocasión. Y una manera de disfrutarla es leyendo artículos en blogs, tan interesantes como los de Miguel Angel Paniagua y sobre todo el de nuestro compañero Darío Quesada en esta misma página. Si Paniagua es todo un erudito en materia de baloncesto USA (aunque discrepe con su tesis de que es un baloncesto socialmente injusto por ser los jugadores amateurs), Darío puede hablar en primera persona por sus cinco años en Texas A&M. No os lo perdáis.
La formación de los jugadores -ya lo hemos hablado en otras ocasiones- depende en grandísima medida de sus minutos en pista: de la cantidad y de la calidad de esos minutos. Y en este sentido, participar en la brutal fase final universitaria forma, curte y moldea como pocas. Es la esencia de la competición: o ganas y sigues, o pierdes y te vas. No puede haber mayores niveles de competitividad. Para entendernos, la fase final de la NCAA es como una Copa del Rey pero a lo grande, y no focalizada en un solo fin de semana y una ciudad sino en todo un mes y en varias ciudades repartidos por todo el país. ¿Cómo no va a tener el mayor de los éxitos algo así?
Aunque ni muchísimo menos soy un experto, el universitario es el baloncesto estadounidense que de verdad me apasiona desde siempre. Probablemente porque –como dice el tópico- es un baloncesto más parecido al nuestro.
Ocurre, sin embargo, que de un tiempo a esta parte la NCAA ha dejado de ser en gran medida esa competición en la que –a lo largo de un máximo de cuatro años- se formaban grandes jugadores. No son pocos los entrenadores esta-dounidenses que en los últimos años –pongamos que en la última década y media- han reconocido abiertamente que hoy por hoy la estructura de formación europea es de más calidad que la de su país.
No hay una sola causa, por supuesto. Pero el caso es que es así y que los motivos no son circunstanciales sino estructurales, porque no puede haber explicación circunstancial alguna en un universo con cientos de equipos y miles de jugadores. El resultado más palpable desde nuestro punto de vista es que ahora –al contrario que dos décadas atrás-, los jugadores estadounidenses recién llegados a Europa directamente desde la NCAA no son aquí determinantes… en un baloncesto en el que progresivamente van faltando los mejores.
Pero en fin, la Locura de Marzo de la NCAA es para disfrutarla, para dejar los análisis de fondo para otra ocasión. Y una manera de disfrutarla es leyendo artículos en blogs, tan interesantes como los de Miguel Angel Paniagua y sobre todo el de nuestro compañero Darío Quesada en esta misma página. Si Paniagua es todo un erudito en materia de baloncesto USA (aunque discrepe con su tesis de que es un baloncesto socialmente injusto por ser los jugadores amateurs), Darío puede hablar en primera persona por sus cinco años en Texas A&M. No os lo perdáis.
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