EL NÚMERO 1 DE LA REVISTA NUEVO BASKET llegó a los kioscos de toda España prácticamente a la misma hora en que yo empecé la mili (sí, sí, hice la mili...) en el campamento gerundense de Sant Climent de Sescebes: el 1 de octubre de 1980. En la portada, uno de los mejores jugadores estadounidenses que ha pisado nuestras pistas y con el tiempo muy buen amigo de todos los que formamos la redacción de aquella revista inolvidable: Essie Hollis.
Porque realmente Nuevo Basket fue, es, inolvidable. No sólo para mí y para todos los que fueron mis compañeros sino para muchísimos aficionados que durante toda una década fueron lectores (y más que lectores, militantes) de la revista. Hace unos años, más de veinticinco después de aquel número 1, más o menos cuando empezaba a recopilar anotaciones a fin de llegar a escribir esta especie de memorias, me lo recordó uno de ellos.
Acababa de llegar a Guadalajara, donde se había concentrado la Selección para disputar tres partidos del pre europeo del 2003, y el jefe de prensa del equipo, Roberto Hernández (y ahora uno de mis excelentes compañeros en la FEB), me presentó al director del hotel.
-Jordi Román, de Mundo Deportivo –me presentó muy formalmente-.
-De Mundo Deportivo y de Nuevo Basket, ¿no? –me respondió el director, mientras me estrechaba la mano.
Y durante un rato rememoró aquellos tiempos, me explicó con cierto orgullo que aún conservaba numerosos ejemplares de la revista, que la leía cada semana de cabo a rabo... En verdad, conversaciones sorprendentes como ésta las he tenido y las sigo teniendo no diré que a cientos, pero sí en numerosas ocasiones, de forma tan inesperada como aquella en el hotel de Guadalajara.
La revista Nuevo Basket la fundó Franco Pinotti en 1980, junto a varios de los que habían sido compañeros suyos en la redacción del diario deportivo barcelonés 4-2-4, que meses antes había cerrado sus puertas. No recuerdo cómo, cuándo ni dónde, pero también me reclutó a mí, y desde aquel momento tuve la suerte de participar en un proyecto irrepetible.
Fue una experiencia personal y profesional fabulosa. Pero, sobre todo, fue una familia. Allí encontré a tipos fantásticos como el propio Franco; a Joan Cerdà, a Julius Corella, el fotógrafo Arolas, Josep Manel Giner, al llorado José Antonio Del Río, el Chinche, una de las personas con más vitalidad que he conocido, imparable en todo lo que hacía, tristemente fallecido unos años después en accidente de automóvil. Éramos (o, en mi caso, queríamos ser) periodistas, y teníamos una pasión por encima de todas: el baloncesto. Y aunque en la revista íbamos todos a una, cada cual la vivía a su manera. Las broncas de Pinotti eran memorables; Cerdà vibraba con sus artículos fantasiosos y fantásticos como Las fábulas del banquillo; Julius se empapaba cada mañana el Herald Tribune, tenía en su mesa cientos de revistas de NBA y era capaz de pasarse seis mess fumando cada cinco minutos y otros seis meses sin encender un cigarrillo sin un porqué aparente; Chinche era un vendaval, capaz de hacer cualquier cosa, y hacerla con rapidez y entusiasmo contagioso; a Giner le apodaban El Cachas porque su mundo era el baloncesto femenino; y yo, el último en llegar, escribía, escribía y escribía. Entrevistas, reportajes, artículos, breves... todo lo que se me ocurría. Franco nos daba a todos total libertad.
Y hablábamos de baloncesto. Entre nosotros y con entrenadores, jugadores, árbitros y directivos que nos visitaban, uno de ellos, de forma bastante regular, Aíto. Puede sonar pretencioso, pero en aquellos años dorados de Nuevo Basket nos sentíamos el ombligo del baloncesto. Porque nos lo hacían sentir entre todos. Yo, además, que iba poco menos que de rookie, me sentía en el Paraíso de Baloncesto.
NUEVO BASKET NO FUE SÓLO sólo una salida laboral o una revista de baloncesto. Fue, prácticamente desde el principio, LA revista. Cuando salió había otra en el mercado: 5 Todo Baloncesto, editada en Zaragoza gracias al trabajo de José María Turno. Pero era de periodicidad mensual. De modo que Nuevo Basket, desde el momento en que estuvo varias semanas consecutivas en los kioscos, pasó a ser la gran referencia.
En muchas cosas. En la historia reciente de nuestro baloncesto, por ejemplo. Nuevo Basket fue el soporte ideológico de la Revolución que llevó a la creación de la actual ACB. Y del bautismo de la nueva Liga (con dos extranjeros por equipo y playoff), cuyo sistema de competición inicial fue idea de Pinotti.
Mi primer encargo en la revista fue una sección que bautizamos Nos lo contaron, algo así como un rosario de anécdotas, curiosidades. Era casi lo único que podía hacer, porque durante los tres primeros meses de la revista sólo regresaba a Badalona los viernes por la tarde, y me volvía a ir los domingos por la noche. A la mili. Estaba en casa unas horas, que dedicaba a ir al partido de Liga que me pillara más cerca (la Penya, el Cotonificio, el Barça, Granollers, Manresa....) porque para aquel entonces ya ejercía de corresponsal en Badalona del Marca y también pasaba muchas crónicas a El Mundo Depotivo además de transmitir en directo partidos del Joventut y del Cotonificio. en la recién nacida emisora de radio local. También trataba, lógicamente, de recopilar anécdotas para dejárselas escritas a Pinotti antes de volver al campamento. En un par de folios, claro, y teniendo que desplazarme hasta la redacción, que no había internet…
La primera semana ya tuve el primer problema. Sin malicia alguna, una de las curiosidades que escribí fue que a un jugador del Joventut, Ernesto Delgado, sus compañeros le apodaban Champañete. No le sentó nada bien, y durante un tiempo pasé verdaderos apuros si lo tenía cerca porque estaba convencido de que me dirigía miradas asesinas. Pero no llegó la sangre al río.
Una vez finalizados mis tres primeros meses de mili me incorporé ya de hecho a la redacción, y casi al mismo tiempo aterricé también, como colaborador fijo, en la de El Mundo Deportivo. Pasaba las mañanas en la revista y las tardes, y muchas noches, en el periódico. Fue una época maravillosa, aunque en el inicio de su segunda temporada la continuidad de la revista estuvo en entredicho por problemas, evidentemente, económicos. Porque más que una empresa era una utopía. Si no recuerdo mal, el primer número de la segunda temporada no salió hasta disputadas dos o tres jornadas de la Liga. Vivimos unas cuantas semanas de franca tristeza porque aunque no cobráramos -y en aquellos primeros aunque algunos meses no cobrábamos porque no había de dónde-, lo que de verdad nos importaba era que la revista siguiera viva y escribir en ella. El día en que Franco nos telefoneó a todos para anunciarnos que volvíamos a salir, se nos reabrió el mundo a todos. Íbamos a seguir disfrutando.
viernes, 27 de marzo de 2009
lunes, 23 de marzo de 2009
La Locura de cada Marzo
Siempre que, analizando la estructura de competiciones o debatiendo modelos, alguien pone el campeonato universitario estadounidense (la NCAA) como ejemplo de “baloncesto de formación" lo rechazo de plano. En realidad -pienso- las competiciones de formación como tales no existen, pero sí hay, y se pueden y deben organizar, competiciones en las que los jugadores se forman porque juegan. La NCAA es una de ellas. Pero la NCAA, cuya máxima expresión se vive anualmente cada mes de marzo, es una competición hecha para ganarla. Ningún entrenador, ningún jugador, ninguna afición, ninguna universidad, participan este mes en la espectacular Locura de Marzo con otro objetivo en mente que no sea el de alcanzar la gran final… y ganarla.
La formación de los jugadores -ya lo hemos hablado en otras ocasiones- depende en grandísima medida de sus minutos en pista: de la cantidad y de la calidad de esos minutos. Y en este sentido, participar en la brutal fase final universitaria forma, curte y moldea como pocas. Es la esencia de la competición: o ganas y sigues, o pierdes y te vas. No puede haber mayores niveles de competitividad. Para entendernos, la fase final de la NCAA es como una Copa del Rey pero a lo grande, y no focalizada en un solo fin de semana y una ciudad sino en todo un mes y en varias ciudades repartidos por todo el país. ¿Cómo no va a tener el mayor de los éxitos algo así?
Aunque ni muchísimo menos soy un experto, el universitario es el baloncesto estadounidense que de verdad me apasiona desde siempre. Probablemente porque –como dice el tópico- es un baloncesto más parecido al nuestro.
Ocurre, sin embargo, que de un tiempo a esta parte la NCAA ha dejado de ser en gran medida esa competición en la que –a lo largo de un máximo de cuatro años- se formaban grandes jugadores. No son pocos los entrenadores esta-dounidenses que en los últimos años –pongamos que en la última década y media- han reconocido abiertamente que hoy por hoy la estructura de formación europea es de más calidad que la de su país.
No hay una sola causa, por supuesto. Pero el caso es que es así y que los motivos no son circunstanciales sino estructurales, porque no puede haber explicación circunstancial alguna en un universo con cientos de equipos y miles de jugadores. El resultado más palpable desde nuestro punto de vista es que ahora –al contrario que dos décadas atrás-, los jugadores estadounidenses recién llegados a Europa directamente desde la NCAA no son aquí determinantes… en un baloncesto en el que progresivamente van faltando los mejores.
Pero en fin, la Locura de Marzo de la NCAA es para disfrutarla, para dejar los análisis de fondo para otra ocasión. Y una manera de disfrutarla es leyendo artículos en blogs, tan interesantes como los de Miguel Angel Paniagua y sobre todo el de nuestro compañero Darío Quesada en esta misma página. Si Paniagua es todo un erudito en materia de baloncesto USA (aunque discrepe con su tesis de que es un baloncesto socialmente injusto por ser los jugadores amateurs), Darío puede hablar en primera persona por sus cinco años en Texas A&M. No os lo perdáis.
La formación de los jugadores -ya lo hemos hablado en otras ocasiones- depende en grandísima medida de sus minutos en pista: de la cantidad y de la calidad de esos minutos. Y en este sentido, participar en la brutal fase final universitaria forma, curte y moldea como pocas. Es la esencia de la competición: o ganas y sigues, o pierdes y te vas. No puede haber mayores niveles de competitividad. Para entendernos, la fase final de la NCAA es como una Copa del Rey pero a lo grande, y no focalizada en un solo fin de semana y una ciudad sino en todo un mes y en varias ciudades repartidos por todo el país. ¿Cómo no va a tener el mayor de los éxitos algo así?
Aunque ni muchísimo menos soy un experto, el universitario es el baloncesto estadounidense que de verdad me apasiona desde siempre. Probablemente porque –como dice el tópico- es un baloncesto más parecido al nuestro.
Ocurre, sin embargo, que de un tiempo a esta parte la NCAA ha dejado de ser en gran medida esa competición en la que –a lo largo de un máximo de cuatro años- se formaban grandes jugadores. No son pocos los entrenadores esta-dounidenses que en los últimos años –pongamos que en la última década y media- han reconocido abiertamente que hoy por hoy la estructura de formación europea es de más calidad que la de su país.
No hay una sola causa, por supuesto. Pero el caso es que es así y que los motivos no son circunstanciales sino estructurales, porque no puede haber explicación circunstancial alguna en un universo con cientos de equipos y miles de jugadores. El resultado más palpable desde nuestro punto de vista es que ahora –al contrario que dos décadas atrás-, los jugadores estadounidenses recién llegados a Europa directamente desde la NCAA no son aquí determinantes… en un baloncesto en el que progresivamente van faltando los mejores.
Pero en fin, la Locura de Marzo de la NCAA es para disfrutarla, para dejar los análisis de fondo para otra ocasión. Y una manera de disfrutarla es leyendo artículos en blogs, tan interesantes como los de Miguel Angel Paniagua y sobre todo el de nuestro compañero Darío Quesada en esta misma página. Si Paniagua es todo un erudito en materia de baloncesto USA (aunque discrepe con su tesis de que es un baloncesto socialmente injusto por ser los jugadores amateurs), Darío puede hablar en primera persona por sus cinco años en Texas A&M. No os lo perdáis.
viernes, 20 de marzo de 2009
QUEREMOS 100 (II): Julius Erving en super 8
AUNQUE LOS MÁS JÓVENES NO PUEDAN o no quieran creerlo, antes de Michael Jordan, LeBron James, Pau Gasol y compañía ya existía el baloncesto. Y la NBA. Sólo que hace 30 o 35 años no veíamos imágenes por televisión, el seguimiento de la competición en los periódicos era escaso y ni mucho menos diario, la mayoría apenas conocíamos los nombres de cuatro o cinco grandes cracks y las mejores fotos que veíamos eran las que publicaba la mejor revista especializada de Europa, la mensual italiana Giganti del Basket. Quien tenía un ejemplar de Giganti, aunque fuera bastante atrasado, tenía un tesoro.
La NBA era en muchos aspectos un mundo lejano, que despertaba admiración en todos pero interés sólo en unos pocos iniciados, en especial entrenadores.
Para la mayoría, además de lejano era un mundo prácticamente desconocido. Y por tanto mágico. Yo, por ejemplo, recuerdo que de muy niño tenía una imagen de la NBA tan extraordinaria que creía imposible que los jugadores estadounidenses fallaran un solo tiro: estaba convencido de que el partido lo ganaba el equipo que se llevaba el balón en el salto inicial, porque a partir de ahí ya todos los lanzamientos entraban.
Poco a poco, sin embargo, empezamos a recibir información desde Estados Unidos. Aun así, a principios de los años 80 –cuando salió a la calle la inolvidable revista Nuevo Basket- la mayoría seguíamos poco interesados en la NBA, incluidos muchos periodistas, como por ejemplo yo. En aquellos años, cuando entré por primera vez en la redacción de El Mundo Deportivo, como colaborador, en la sección de basket le dábamos poca importancia. Pero cada tarde el director, nuestro añorado Juan José Castillo, que tenía una visión del deporte y del periodismo absolutamente universal y avanzada, se llegaba hasta nuestras mesas con un folio en el que él mismo había resumido la jornada del día, con todos los resultados en las últimas líneas:
-Esto hay que publicarlo –nos espetaba-, no os lo carguéis.
A nosotros nos costaba entender que tuviéramos que llenar una sola columna de una página con algo que creíamos que no levantaba interés general. Pero el Jefe insistía, una y otra tarde. Y publicábamos la columna, claro. Veinte años después, cuando la confección del periódico se había transformado en un proceso totalmente informatizado y encontrar por la redacción un solo folio era tarea casi imposible, Castillo (que era un seguidor apasionado de los Boston Celtics) seguía viniendo cada día hasta nosotros a entregarnos una impresión de las informaciones de NBA de las agencias y a comentar la jugada. Para entonces ya publicábamos una o dos páginas diarias, con fichas de partidos y fotografías espectaculares incluidas.
En aquellos primeros años, el poco conocimiento general que había de la NBA en las propias secciones de los diarios daba como resultado titulares como éste: NBA: ganaron todos los de casa. Había de todo, por supuesto, victorias de los locales y victorias de los visitantes; lo que ocurre es que en el periodismo USA siempre se coloca delante el equipo que ha ganado el partido, y muchos lo transcribíamos tal cual.
PERO YA HABÍA VERDADEROS LOCOS de la NBA. Uno de ellos, mi amigo y durante muchos años compañero Miguel Angel Forniés, desde hace unos años jefe de prensa del DKV Joventut.
Miguel Angel ha sido siempre, y sigue siendo ahora, un apasionado de la NBA y de todo lo que huele a baloncesto estadounidense. Era de los que siempre, como un pestidigitador, se sacaba algún Giganti de la manga, se carteaba con todo aquel que le pudiera enviar una revista, un periódico, un libro. O una película de super 8. De estas tenía varias, y cada tanto nos invitaba a un grupo de amiguetes a su casa, nos las pasaba, y alucinábamos.
Una de aquellas películas era de Wilt Chamberlain. Otra, de Julius Erving, que incluía la jugada quizás más famosa de aquella (al menos para mí) primera gran estrella de la NBA: una entrada a canasta por la línea de fondo, sobrepasando el tablero y saltando, una vez en el otro lado del aro, alargando su brazo derecho balón en mano, esquivando la base del cuadro y dejando la pelota en la canasta con una elegancia impresionante. Todo lo veíamos en cámara lenta, lo que le daba aun más espectacularidad si cabe. Al llegar a esa acción, Miguel Angel paraba el proyector, echaba la película atrás y la volvía a pasar. Todos la volvíamos a ver, una y otra vez, embobados.
Por eso para mí, aunque ya de entrada me confieso muy poco amante del baloncesto NBA, Julius Erving ha sido el mejor. Le prefiero incluso a Michael Jordan. Lo que le veía hacer al Doctor J, aunque fuera en una película, no lo había visto hacer a nadie. Y me atrevería de decir que no se lo he vuelto a ver hacer a ningún otro. Por supuesto, Julius Erving está considerado como uno de los mejores jugadores de la historia de la NBA. “Fue quien elevó el mate a la categoría de arte”, dijeron de él numerosos comentaristas.
Aquellas viejas imágenes de Julius Erving en super 8 siguen siendo el primer gran espectáculo de baloncesto que recuerdo. Aun hoy, si cierro los ojos y me lo propongo, las puedo volver a ver.
(Por cierto: que por aquellos años con Miguel Angel siempre nos reíamos del apellido de un jugador estadounidense con pasaporte italiano, que jugaba de base: Dan Calandrillo. No lo habíamos visto jugar en la vida, pero lo de Calandrillo nos hacía gracia... Hasta que un verano ¡vino a Badalona a jugar un torneo! Creo recordar con jugando con el Gedeco de Udine. El caso es que aún guardo en mi desordenado álbum -y Miguel Angel seguro que también- una foto de nosotros dos flanqueando a Dan Calandrillo. ¿Qué habrá sido de él?)
La NBA era en muchos aspectos un mundo lejano, que despertaba admiración en todos pero interés sólo en unos pocos iniciados, en especial entrenadores.
Para la mayoría, además de lejano era un mundo prácticamente desconocido. Y por tanto mágico. Yo, por ejemplo, recuerdo que de muy niño tenía una imagen de la NBA tan extraordinaria que creía imposible que los jugadores estadounidenses fallaran un solo tiro: estaba convencido de que el partido lo ganaba el equipo que se llevaba el balón en el salto inicial, porque a partir de ahí ya todos los lanzamientos entraban.
Poco a poco, sin embargo, empezamos a recibir información desde Estados Unidos. Aun así, a principios de los años 80 –cuando salió a la calle la inolvidable revista Nuevo Basket- la mayoría seguíamos poco interesados en la NBA, incluidos muchos periodistas, como por ejemplo yo. En aquellos años, cuando entré por primera vez en la redacción de El Mundo Deportivo, como colaborador, en la sección de basket le dábamos poca importancia. Pero cada tarde el director, nuestro añorado Juan José Castillo, que tenía una visión del deporte y del periodismo absolutamente universal y avanzada, se llegaba hasta nuestras mesas con un folio en el que él mismo había resumido la jornada del día, con todos los resultados en las últimas líneas:
-Esto hay que publicarlo –nos espetaba-, no os lo carguéis.
A nosotros nos costaba entender que tuviéramos que llenar una sola columna de una página con algo que creíamos que no levantaba interés general. Pero el Jefe insistía, una y otra tarde. Y publicábamos la columna, claro. Veinte años después, cuando la confección del periódico se había transformado en un proceso totalmente informatizado y encontrar por la redacción un solo folio era tarea casi imposible, Castillo (que era un seguidor apasionado de los Boston Celtics) seguía viniendo cada día hasta nosotros a entregarnos una impresión de las informaciones de NBA de las agencias y a comentar la jugada. Para entonces ya publicábamos una o dos páginas diarias, con fichas de partidos y fotografías espectaculares incluidas.
En aquellos primeros años, el poco conocimiento general que había de la NBA en las propias secciones de los diarios daba como resultado titulares como éste: NBA: ganaron todos los de casa. Había de todo, por supuesto, victorias de los locales y victorias de los visitantes; lo que ocurre es que en el periodismo USA siempre se coloca delante el equipo que ha ganado el partido, y muchos lo transcribíamos tal cual.
PERO YA HABÍA VERDADEROS LOCOS de la NBA. Uno de ellos, mi amigo y durante muchos años compañero Miguel Angel Forniés, desde hace unos años jefe de prensa del DKV Joventut.
Miguel Angel ha sido siempre, y sigue siendo ahora, un apasionado de la NBA y de todo lo que huele a baloncesto estadounidense. Era de los que siempre, como un pestidigitador, se sacaba algún Giganti de la manga, se carteaba con todo aquel que le pudiera enviar una revista, un periódico, un libro. O una película de super 8. De estas tenía varias, y cada tanto nos invitaba a un grupo de amiguetes a su casa, nos las pasaba, y alucinábamos.
Una de aquellas películas era de Wilt Chamberlain. Otra, de Julius Erving, que incluía la jugada quizás más famosa de aquella (al menos para mí) primera gran estrella de la NBA: una entrada a canasta por la línea de fondo, sobrepasando el tablero y saltando, una vez en el otro lado del aro, alargando su brazo derecho balón en mano, esquivando la base del cuadro y dejando la pelota en la canasta con una elegancia impresionante. Todo lo veíamos en cámara lenta, lo que le daba aun más espectacularidad si cabe. Al llegar a esa acción, Miguel Angel paraba el proyector, echaba la película atrás y la volvía a pasar. Todos la volvíamos a ver, una y otra vez, embobados.
Por eso para mí, aunque ya de entrada me confieso muy poco amante del baloncesto NBA, Julius Erving ha sido el mejor. Le prefiero incluso a Michael Jordan. Lo que le veía hacer al Doctor J, aunque fuera en una película, no lo había visto hacer a nadie. Y me atrevería de decir que no se lo he vuelto a ver hacer a ningún otro. Por supuesto, Julius Erving está considerado como uno de los mejores jugadores de la historia de la NBA. “Fue quien elevó el mate a la categoría de arte”, dijeron de él numerosos comentaristas.
Aquellas viejas imágenes de Julius Erving en super 8 siguen siendo el primer gran espectáculo de baloncesto que recuerdo. Aun hoy, si cierro los ojos y me lo propongo, las puedo volver a ver.
(Por cierto: que por aquellos años con Miguel Angel siempre nos reíamos del apellido de un jugador estadounidense con pasaporte italiano, que jugaba de base: Dan Calandrillo. No lo habíamos visto jugar en la vida, pero lo de Calandrillo nos hacía gracia... Hasta que un verano ¡vino a Badalona a jugar un torneo! Creo recordar con jugando con el Gedeco de Udine. El caso es que aún guardo en mi desordenado álbum -y Miguel Angel seguro que también- una foto de nosotros dos flanqueando a Dan Calandrillo. ¿Qué habrá sido de él?)
lunes, 16 de marzo de 2009
Una unificación de Reglamento que abre interrogantes
Si un tema pendiente tiene el baloncesto global –y desde hace muchísimos años- es el de la unificación de las reglas, cuestión que ha estado siempre más o menos en la agenda de todos pero para la que, en realidad, nunca se ha encontrado el tiempo necesario. Hasta ahora, en que la FIBA ha dado unos buenos pasos en la modificación de su propio Reglamento, y la NBA, por boca de su responsable arbitral, Joe Borgia, aboga por revisar en concreto la regla de los pasos y hacerlo de forma conjunta con la NCAA y “quizás también con la FIBA”.
No se puede descartar que el afán de Borgia tenga relación con el debate que se suscita cada vez que una selección de la NBA participa en una competición internacional –la última, los Juegos Olímpicos del pasado agosto-, pero en cualquier caso, sean cuales sean las intenciones de un movimiento en pro de la unificación de los reglamentos, creo que estamos todos de acuerdo en que es lo más recomendable. Lo ha sido siempre, pero mucho más ahora que los jugadores de la NBA son actores en el baloncesto internacional y muchos no estadounidenses lo son en la NBA.
De modo que ahora la cuestión está en cómo unificarlo, en base a cuál de ellos, qué objetivos estrictamente del juego se quieren conseguir.
A la vista de los últimos pasos que ha dado la FIBA con punto de partida en el 2010 –línea de 3 puntos, espacio y forma de la zona-, pero también otras modificaciones anteriores, es evidente que es el Reglamento internacional el que se está acercando cada vez más al de la NBA. Y por si había alguna duda, la semana pasada, en su comparecencia en la Fundación Ferrándiz, el secretario general de la FIBA, Patrick Baumann, lo dejó claro: “Las nuevas reglas nos acercan más al Reglamento de la NBA”. Y no porque la NBA lo exija expresamente –añadió- sino porque –se le entendió- lo exije tácitamente.
Al hablar sobre esta cuestión, Baumann esbozó de forma tan simple como exacta qué diferencias de concepto están en la base de la inmensa separación entre el Reglamento de la NBA y el de la FIBA: “Las reglas de la NBA siempre han primado la acción individual mientras las de la FIBA han querido primar la acción colectiva”. Y esa ha sido, en efecto, y de algún modo sigue siendo, la gran diferencia conceptual entre los dos baloncestos. La NBA ha dado algún pasito –como permitir las defensas en zona-, pero ha sido bastante tímido; los de la FIBA, en cambio, tienen inequívocamente una dirección.
De modo que ahora se presenta la gran pregunta: si el Reglamento NBA ha querido siempre primar al jugador y el de la FIBA al equipo, pero éste está cada día un poco más cerca del otro, ¿es que va a cambiar también nuestro baloncesto?, ¿estamos asistiendo a un proceso que nos llevará a un único baloncesto en el que en todas las canchas del mundo la acción individual estará por encima de la colectiva? Algo que abre muchísimos –e importantísimos- interrogantes más. Porque si es así, si nuestro baloncesto se va a ir asimilando tanto al de la NBA hasta acabar fundiéndose con él, ¿cómo va a influir ello en la formación de nuestros jugadores?, ¿cómo van a encajarlo nuestros entrenadores o cómo van a cambiar, o, simplemente, van a saber o van a querer cambiar? Y por qué no: ¿cómo lo va a asimilar el público?
Un proceso así –y eso es lo que aparenta- puede desde luego significar un cambio sustancial en el juego que hoy conocemos y con el que en Europa hemos llegado hasta aquí. Pero no sólo en el juego, sino también en todo lo que le rodea, porque en realidad la gran diferencia entre el baloncesto de la NBA y el nuestro, la gran separación a todos los niveles, es que la NBA no se dirige a los aficionados sino a los consumidores (por eso se expande ahora a China), mientras que en el resto del mundo el baloncesto –en especial en Europa-, es una cuestión fundamentalmente de afición. Lo que puede querer decir lo mismo que tradición.
Y precisamente gran parte de la evolución de nuestro baloncesto en los últimos tiempos se ha basado en tratar de sustituir a los aficionados por consumidores, de momento sin ningún éxito, más bien al contrario.
De ahí todos los interrogantes que nos abre esa unificación del Reglamento, filosóficamente asimilado al de la NBA.
viernes, 13 de marzo de 2009
¡¡ Queremos 100 !!
Hace unos cinco años empecé a escribir una especie de autobiografía centrada exclusivamente en mis recuerdos y experiencias a lo largo de 25 años de periodismo y baloncesto. O baloncesto y periodismo. La idea era reunirlos en un pequeño –o no tan pequeño- libro, para darme una satisfacción y regalarlo a los amiguetes. Hasta tenía decidido el título: ¡¡¡Queremos 100!!! Era el grito que nunca faltaba cuando allá por los pasadísimos años 70 empecé a vivir –en el viejo pabellón de la Penya, al lado de mi casa- mis primeros partidos en directo.
Pero en fin, con el tiempo el proyecto había ido quedando olvidado –no en un cajón, sino en un diskette- y, aunque con bastante escrito ya, inacabado.
He decidido recuperarlo para irlo introduciendo aquí. Lo que ya tenía escrito, y lo que tenía sólo esbozado y a partir de ahora iré escribiendo. Si no es un libro –de aquellos que con tanta ilusión y vocación escribimos en nuestra editorial ZONA131-, al menos que sea un complemento –lo más entretenido posible- a mis reflexiones en este blog. Sin orden cronológico ni de ningún otro tipo. Tal como me vaya apareciendo.
De modo que aquí empiezo:
¡¡QUEREMOS 100!! (1)
Casi 10 años enteros
Casi 10 años enteros
¿Cuántos partidos de baloncesto habré visto en toda mi vida? ¿Cuántas horas de mis casi 50 años de edad las he dedicado, de una u otra forma, al baloncesto?
Es algo que me he preguntado muchas veces y para lo que lógicamente no tengo una respuesta exacta. Pero puestos a jugar, he dedicado diez minutos a hacer números grosso modo. Y esto es lo que me sale.
Empecé a jugar a baloncesto a los seis años de edad, como la inmensa mayoría de los niños badaloneses de mi generación, en el gimnasio del viejo pabellón de La Plana, a las órdenes de Pere Gol, el Señor Gol. Y empecé a ver partidos, también en La Plana, un poco después, tal vez a los diez o doce años.
Jugué primero en equipos de categorías inferiores de la Penya, y acabé en el junior del Sant Josep (también al lado de casa, pero en la otra dirección de La Plana).
Empecé después a entrenar equipos de la Escola de Básquet del Sant Josep, me dediqué a escribir a partir de 1976, volví a entrenar a un equipo muchos años después en lo que entonces era Primera Catalana (el senior del Titus, equipo patrocinado por la discoteca a la que todos acudíamos en Badalona), y en un momento dado de este recorrido tuve la fortuna de poderme dedicar profesionalmente a dos de las actividades que más me apasionan: el periodismo y, de forma indirecta, el baloncesto. Hasta ahora.
Si tomo como referencia los últimos 35 años, creo que no es exagerado calcular que a lo largo de toda mi vida he visto una media de un partido diario, en directo o por la tele, live o grabado, jugándolo yo o como entrenador. Es decir: unos 12.775.
Lo que sí recuerdo perfectamente es que hubo días excepcionales en los que llegué a ver hasta siete partidos seguidos. No recuerdo el año, pero fue cuando en Badalona se disputó el Campeonato Mundial Escolar, que ganó el Colegio Badalonés con un equipo formado casi exclusivamente por jugadores del junior de la Penya. Sólo aquel día vi seis partidos en directo en el nuevo (ahora viejo) pabellón del Joventut; y por la noche, en el de La Plana, un Joventut-Barça... con Aíto de base azulgrana. Evidentemente, con los años he vivido muchos otros días de partidos de baloncesto encadenados, sobre todo cuando he viajado como enviado especial a Eurobasket, Mundiales o cualquier otro campeonato. En todos esos campeonatos hay partidos que no necesitaba presenciar para cumplir con mi trabajo en el periódico, pero yo siempre intentaba verlos todos, por supuesto si no coincidían con una conferencia de prensa o algún acto al que sí era del todo necesario acudir.
Así que, teniendo en cuenta todo ello, y dejando claro una vez más que evidentemente sólo lo puedo hacer a ojo, pongamos que, en efecto, ande ya por los 13.000 partidos. Aproximadamente 26.000 horas. Unos 1.083 días. Prácticamente 3 años. Y si a ello añado, en fin, las otras horas que he dedicado al baloncesto en mi profesión a lo largo de aproximadamente los 30 últimos años –sin contar los partidos, una buena cifra aproximada puede ser una media diaria de 5 horas-, me pueden salir aproximadamente pero sin mucha exageración unas 55.000 horas más. Unos 2.300 días. Prácticamente ¡¡¡¡ 6 años y pico más !!!!
En total, pues, casi 10 años enteros de mi vida dedicados exclusivamente a esto. No sé si será mucho o no, pero el resultado me hace gracia.
A mi mujer, lo que le hace gracia -o no- es que aunque en general no tengo una memoria de la que pueda alardear, cuando se trata de baloncesto es espectacular. De según qué, recuerdo incluso detalles que a mí mismo me sorprenden. Y, sobre todo, cuando con ella o un grupo de amigos rememoramos algo pasado, mi única referencia infalible es el baloncesto. Por ejemplo, nunca recuerdo a la primera en qué año me casé, pero sé con total seguridad que fue el año del Eurobasket de Atenas (es decir, en 1995). O que el penúltimo coche que me compré me lo dieron el año de otro Eurobasket, el de Francia (así sé que fue en 1999). O que… lo que sea.
Con baloncesto de por medio, mi memoria parece de elefante. De hecho, todos los recuerdos que he ido escribiendo me han venido sin apenas tener que consultar fechas ni datos. Por eso puede haber algún error, pero seguro que son poquísimos, y sólo de detalle.
En fin: que más de 30 años de periodismo y baloncesto dan para muchas historias, anécdotas y recuerdos.
Aquí estarán.
lunes, 9 de marzo de 2009
"Ya no lo dejan"
Hace ya unos meses, Julian Borger publicó en The Guardian un completo e interesante reportaje cuya tesis de partida era que el baloncesto estaba a punto de superar al fútbol –si no lo había hecho ya- como deporte con más practicantes en el mundo. Borger llegaba a esa conclusión a través del análisis de las cifras oficiales y más o menos reales, pero basándose fundamentalmente en el avance que el baloncesto ha experimentado en los últimos años –y sigue experimentando- en China. Todo ello, enmarcado en la pugna que en tierras chinas está manteniendo la Premier League (fútbol inglés) y la NBA por conquistar su audiencia multimillonaria.
El periodista Julián Felipo hizo en su blog un certero resumen de la tesis de Borger.
Es probable que las cosas sean como parecían ser hace tres meses –el reportaje se publicó en diciembre-, y que un día de estos se pueda dar la noticia de que en el mundo hay más licencias de baloncesto que de fútbol. Pero en la documentadísima tesis del periodista británico conviene hacer un matiz: la NBA se ha metido en China para explotar al máximo las inmensas posibilidades de su mercado, pero el objetivo de la NBA no acostumbra ser vender baloncesto sino vender NBA; que es algo parecido pero no exactamente lo mismo.
En cualquier caso, y matices al margen, del reportaje del The Guardian destaco sobre todos los datos y análisis, la reflexión final de Rowan Simons, el británico que lleva dos décadas en China intentando promocionar el fútbol en el gigante asiático, y que ahora ve que su tarea se ha hecho –por culpa del baloncesto- aun más difícil: “Una vez que los niños empiezan a jugar a baloncesto, ya no lo dejan”.
Este sí es un dato a tener en cuenta, y más todavía si procede de quien lo expresa como fuerza de su rival. Improvisar un partidillo de fútbol –en la playa, en cemento, entre piedras, con dos pedruscos, las carteras del cole, dos cajas o lo que sea marcando las porterías- ha sido siempre mucho más sencillo que organizar uno de baloncesto, porque nada puede suplir a una canasta. A lo mejor es por eso por lo que cuando se consigue superar las dificultades y se da con una o dos canastas, la recompensa es doble.
En realidad, Simons no descubre nada. La campaña Baloncesto en la Calle, que la FEB puso en práctica hace ya más de dos décadas, fue una excelente cantera de captación de chavales.
“Y ya no lo dejan”. Ésa es, y debe seguir siendo, nuestra fuerza.
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