Supongo que como a muchos a mí también me ha pillado por sorpresa la noticia del fallecimiento de Michel Casamitjana, una de esas personas a las que conoces a lo largo de tantos años en el mundillo de nuestro deporte y del que te queda para siempre un recuerdo excelente aunque pasen años hasta que no los vuelves a ver.
Yo le conocí hace muchísimos, a través de su primo hermano José Antonio Arizaga, cuando una noche más que lluviosa en Orthez, después de un partido de la entonces Liga Europea, nos llevó a mí y a mi compañero Miguel Angel Forniés a cenar con el presidente del club francés, Pierre Seillant, un histórico del baloncesto europeo. (Miguel Angel, por cierto, ya tenía una vieja relación con Seillant, la verdad es que le conocían en media Europa)
Después, con el tiempo, a Michel lo solíamos encontrar de improviso en un Eurobasket, en una Final Four o en alguna otra cita, y era ya cuando abría su carpeta y te empezaba a reexplicar el partido que habías vista a base de números e interpretación de las estadísticas oficiales. Siempre buscando la interpretación perfecta, exacta, irrebatible. Una tarea poco menos que quimérica pero a la que se entregó a cara descubierta, sin darse nunca por vencido.
Mi última relación con Michel fue indirecta. Hace unos años, cuando nos lanzamos a la aventura de editar una biblioteca de libros sobre baloncesto, mi compañero Julián Felipo mantuvo con él un intenso intercambio de datos e ideas que incorporó a su trabajo Fórmulas para ganar. Ayer, cuando le envié un sms para comunicarle el fallecimiento de Michel, me explicó que hace apenas unos meses había recibido un dossier que el propio Casamitjana calificaba como su testamento; su testamento estadístico, claro. Algún día nos lo dará a conocer, por supuesto.
El que a mí me dejó no era ni de números ni de datos ni de baloncesto. A Michel Casamitjana le recordaré siempre porque la noche en que le conocí, hablando de todo un poco, me dijo: “Dentro de veinte años no será millonario quien tenga mucho dinero sino quien disponga de mucho tiempo”. Se lo recordé en 1999, en un autocar de la organización del Eurobasket, camino del Ominsports de Bercy.
Hasta siempre, amigo.
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