En las transmisiones televisivas de esta temporada de las primeras competiciones europeas, viene siendo habitual la repetición en cámara lenta de dos tipos de acciones: las consideradas más espectaculares y las que han generado algún tipo de duda sobre la señalización arbitral. Es en este segundo tipo de repeticiones en las que se puede comprobar, en numerosas ocasiones, hasta qué punto ha avanzado en nuestro baloncesto profesional la propensión a cometer dobles.
No significaría un problema si todas las violaciones de este tipo fueran sancionadas con convencimiento, y lo fueran desde principio de temporada. Pero no se sancionan convenientemente por la sencilla razón de que de un tiempo a esta parte se han convertido en acciones tan habituales, incluso podríamos decir que tan naturales, que cada vez cuesta más identificarlas y, sobre todo, identificarlas como lo que son: una violación. Que, además, otorga al jugador que la comete una evidente, e injusta, ventaja.
Estos dobles del siglo XXI los cometen sobre todo los bases cuando manejan el balón antes de poner en marcha el movimiento colectivo del ataque. Pero también los cometen muchos aleros en contraataque, y no pocos pívots cuando tratan de avanzar de espaldas al aro, con el balón controlado, y un defensor prácticamente cuerpo a cuerpo. En todos esos casos, la acción ofensiva del que comete dobles es muchísimo más difícil de defender que si no cometiera violación alguna. Representa, pues, una ventaja.
Esa lenta pero imparable asimilación de los dobles a una acción perfectamente reglamentaria es uno de los resultados del proceso de llegada al baloncesto europeo de cada vez más jugadores estadounidenses, muchos de ellos con pasaportes de países comunitarios –o simplemente europeos- que se suman a los que también están jugando aquí como extranjeros propiamente dichos. Años atrás también aterrizaban en nuestro baloncesto muchos jugadores USA, sí. Pero no tantos como ahora y, sobre todo, no tantos exteriores, en especial bases, como en la actualidad. Son los bases los que han importado al baloncesto europeo no sólo los famosos pasos de salida sino también ese hábito –mal hábito, según el Reglamento- de acompañar el balón, acomodarlo a la mano… Acciones que en muchos casos, cuando hay avance, suman a esta violación otra más: los pasos. Es en estos casos cuando más se identifica y se sanciona la violación, porque los pasos son visualmente bastante más evidentes. Pero los dobles no; los dobles no se ven siempre tanto.
De modo que el Reglamento ha quedado así de algún modo subvertido, no por su letra ni por su espíritu sino por el implacable avance de un hábito con el que se corre el peligro de que poco a poco, a ojos de los árbitros sobre todo, sea tan habitual y casi natural como lo es ahora, tanto, que ya no parezca antirreglamentario.
Ello, al margen de la influencia que pueda tener en partidos y resultados concretos, puede tener un efecto global y a medio y largo plazo mucho más nocivo: la subversión del aprendizaje de la técnica individual. Hasta hace poco, nuestros jugadores jóvenes eran los primeros en quejarse de los dobles que cometían los bases estadounidenses que tenían enfrente; pero ahora ya no entienden que se los señalen a ellos, aunque las imágenes de televisión evidencien que los han cometido.
Éste empieza a ser el problema de los dobles y los pasos que no se castigan: el baloncesto del futuro inmediato.
No significaría un problema si todas las violaciones de este tipo fueran sancionadas con convencimiento, y lo fueran desde principio de temporada. Pero no se sancionan convenientemente por la sencilla razón de que de un tiempo a esta parte se han convertido en acciones tan habituales, incluso podríamos decir que tan naturales, que cada vez cuesta más identificarlas y, sobre todo, identificarlas como lo que son: una violación. Que, además, otorga al jugador que la comete una evidente, e injusta, ventaja.
Estos dobles del siglo XXI los cometen sobre todo los bases cuando manejan el balón antes de poner en marcha el movimiento colectivo del ataque. Pero también los cometen muchos aleros en contraataque, y no pocos pívots cuando tratan de avanzar de espaldas al aro, con el balón controlado, y un defensor prácticamente cuerpo a cuerpo. En todos esos casos, la acción ofensiva del que comete dobles es muchísimo más difícil de defender que si no cometiera violación alguna. Representa, pues, una ventaja.
Esa lenta pero imparable asimilación de los dobles a una acción perfectamente reglamentaria es uno de los resultados del proceso de llegada al baloncesto europeo de cada vez más jugadores estadounidenses, muchos de ellos con pasaportes de países comunitarios –o simplemente europeos- que se suman a los que también están jugando aquí como extranjeros propiamente dichos. Años atrás también aterrizaban en nuestro baloncesto muchos jugadores USA, sí. Pero no tantos como ahora y, sobre todo, no tantos exteriores, en especial bases, como en la actualidad. Son los bases los que han importado al baloncesto europeo no sólo los famosos pasos de salida sino también ese hábito –mal hábito, según el Reglamento- de acompañar el balón, acomodarlo a la mano… Acciones que en muchos casos, cuando hay avance, suman a esta violación otra más: los pasos. Es en estos casos cuando más se identifica y se sanciona la violación, porque los pasos son visualmente bastante más evidentes. Pero los dobles no; los dobles no se ven siempre tanto.
De modo que el Reglamento ha quedado así de algún modo subvertido, no por su letra ni por su espíritu sino por el implacable avance de un hábito con el que se corre el peligro de que poco a poco, a ojos de los árbitros sobre todo, sea tan habitual y casi natural como lo es ahora, tanto, que ya no parezca antirreglamentario.
Ello, al margen de la influencia que pueda tener en partidos y resultados concretos, puede tener un efecto global y a medio y largo plazo mucho más nocivo: la subversión del aprendizaje de la técnica individual. Hasta hace poco, nuestros jugadores jóvenes eran los primeros en quejarse de los dobles que cometían los bases estadounidenses que tenían enfrente; pero ahora ya no entienden que se los señalen a ellos, aunque las imágenes de televisión evidencien que los han cometido.
Éste empieza a ser el problema de los dobles y los pasos que no se castigan: el baloncesto del futuro inmediato.
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