El baloncesto siempre se ha sentido satisfecho de ser un deporte en constante evolución, de abrir debates, de buscar soluciones a los problemas, por nimios que algunos –por ejemplo, los de Reglamento- puedan parecer desde fuera a los aficionados menos especializados. Pero a nosotros mismos no nos sorprende vernos en permanente debate, intercambiando ideas, contrastando alternativas. En ocasiones tendemos a considerar que la NBA es más ágil a la hora de adaptarse a la evolución del juego y los jugadores, incluso a creer que de algún modo los provoca para adaptarlos a sus objetivos; pero en realidad es todo el baloncesto el que tarde o temprano acaba evolucionando.
El actual es uno de esos momentos en que nuestro deporte está en ebullición, especialmente en Europa, donde los clubes llevan unos cuantos meses discutiendo un nuevo sistema de Euroliga que, tal y como se presentó en su momento –provocando un cisma que no parece haberse cerrado pero que tampoco está haciendo correr sangre- podría ser no sólo eso sino el primer paso de un nuevo modelo deportivo. Un modelo que, resumiendo, tiende hacia la competición cerrada; o más o menos cerrada.
Evidentemente, no es la primera vez que se plantea esta cuestión en nuestro baloncesto, pero nunca había coincidido un debate en estos términos con una puesta en discusión de ese modelo –el estadounidense- al que precisamente se pretende tender. Lo hizo semanas atrás Paul Shirley en una de sus columnas en el diario El País. A este jugador estadounidense, todo un trotamundos profesional con verdadero talento de columnista, no le convence la NBA de hoy en día y lo que propone es… abrirla. Por abajo.
Shirley cree que los equipos que no den la talla, presentando balances estrepitosamente perdedores, deberían descender a la Liga de Desarrollo (DLeague). Por dos razones: porque deslucen el nivel de la competición y porque –cree él- el riesgo del descenso se convertiría en un aliciente más. Y –añado yo- no sólo en un aliciente más sino, para el modelo estadounidense, un aliciente nuevo. De hecho, es lo que se busca también en el baloncesto europeo.
Es en efecto curioso ver cómo a uno y a otro lado se plantea casi exactamente lo contrario para conseguir más o menos lo mismo. Que se debata es sin duda señal de que el baloncesto está vivo. Aunque probablemente también de que, como apuntamos semanas atrás, necesita, tanto aquí como allí, una redefinición.
Veremos, pues.
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