Ya lo podéis comprobar: a nadie le cabe la menor duda de que la gran final de los Juegos Olímpicos de Pekín, con la medalla de plata que conllevó, fue el Mejor Momento del año 2008 que en unas horas se va a consumir. Y lo fue no sólo por lo que significó de éxito deportivo -24 años después de aquella otra medalla de plata en Los Angeles- sino, sobre todo, por su efecto catalizador: de sensaciones, de emociones y de valores. Vale la pena leer las respuestas de los periodistas que han participado en nuestra encuesta.
El 24 de agosto de 2008 es ya inolvidable.
Personalmente, recuerdo que la noche anterior, al irse a dormir, mis dos hijas, que aún no habían cumplido los 10 y los 9 años, me obligaron a comprometerme a despertarlas a tiempo de ver el inicio del partido. No se lo querían perder, y no se lo perdieron. Y mi mujer no tuvo más remedio que sumarse a la fiesta, a las ocho de la mañana de aquel domingo, frente a la tele.
Georgina, mi hija mayor, se apasionó como yo. La pequeña, Ángela, incluso se hizo daño al golpearse la barbilla con la rodilla por querer protestar como protestaba yo por unos pasos no señalados a los estadounidenses…
Mi mujer no tardó en comprender –por cómo me veía a mí, por los mensajes que no dejaban de entrar en el móvil, por las llamadas que se iban acumulando durante los tiempos muertos…- que aquél no era un simple partido más que se podía perder o ganar. Se dio cuenta de que aquel partido estaba siendo Historia. Y que aunque todos celebramos al final la medalla de plata, nos quedó esa pizca de decepción por haber creído ver el oro tan tan cerca.
Pero eso fue el 24 de agosto, en caliente. "Es imposible sentirse más orgulloso", titulé lo que escribí aquel día en este blog, haciéndome eco de una de las frases que dejasteis vosotros en vuestros numerosos comentarios.
Ahora, cuatro meses después, al hacer el balance del año, lo recordamos como algo inolvidable. Y nos resistimos a aceptar que sea irrepetible. Es más: ya estamos empezando a soñar con la final de Londres 2012. ¿O no?
El 24 de agosto de 2008 es ya inolvidable.
Personalmente, recuerdo que la noche anterior, al irse a dormir, mis dos hijas, que aún no habían cumplido los 10 y los 9 años, me obligaron a comprometerme a despertarlas a tiempo de ver el inicio del partido. No se lo querían perder, y no se lo perdieron. Y mi mujer no tuvo más remedio que sumarse a la fiesta, a las ocho de la mañana de aquel domingo, frente a la tele.
Georgina, mi hija mayor, se apasionó como yo. La pequeña, Ángela, incluso se hizo daño al golpearse la barbilla con la rodilla por querer protestar como protestaba yo por unos pasos no señalados a los estadounidenses…
Mi mujer no tardó en comprender –por cómo me veía a mí, por los mensajes que no dejaban de entrar en el móvil, por las llamadas que se iban acumulando durante los tiempos muertos…- que aquél no era un simple partido más que se podía perder o ganar. Se dio cuenta de que aquel partido estaba siendo Historia. Y que aunque todos celebramos al final la medalla de plata, nos quedó esa pizca de decepción por haber creído ver el oro tan tan cerca.
Pero eso fue el 24 de agosto, en caliente. "Es imposible sentirse más orgulloso", titulé lo que escribí aquel día en este blog, haciéndome eco de una de las frases que dejasteis vosotros en vuestros numerosos comentarios.
Ahora, cuatro meses después, al hacer el balance del año, lo recordamos como algo inolvidable. Y nos resistimos a aceptar que sea irrepetible. Es más: ya estamos empezando a soñar con la final de Londres 2012. ¿O no?